Es sabido que el deber del periodismo es informar, analizar y opinar sobre sucesos reales. Nos referimos, por supuesto, a sucesos de interés público, o a aquellos que de un modo u otro tienen impacto en el presente o futuro de los ciudadanos.
Nada de ello justifica, sin embargo, la invasión de la privacidad de personas cuyas vidas no tienen ya nada que ver con la esfera pública y han optado por retirarse de las actividades sociales, sean estas políticas o de cualquier otra naturaleza.
La llamada “prensa rosa” europea, cuyos máximos y patéticos exponentes se encuentran en España y el Reino Unido, se ha caracterizado siempre por perseguir y hasta acosar a celebridades para satisfacer la avidez de sus audiencias por internarse o echar un vistazo en las vidas íntimas de estos personajes. Con ese objeto alientan (y solventan) las actividades de los paparazzi que se ganan el sustento cazando personas con sus cámaras, a veces en situaciones incómodas o supuestamente “comprometedoras”.
Episodios extremos como la persecución que terminó en la muerte de la princesa Diana de Gales, el hackeo de los teléfonos y cuentas privadas de artistas y miembros de la realeza realizado por los tabloides de Rupert Murdoch en Inglaterra, las grotescas versiones sobre adulterios en la casa real española, son solo algunos ejemplos de este tipo de prensa amarilla que no se detiene ante nada con tal de facturar.
Porque el amarillismo, como bien lo ha definido la Fundación Gabo de Periodismo, transmite “un mensaje incompleto y superficial que niega a los lectores, oyentes o televidentes un conocimiento completo de los hechos, sea una catástrofe, un hecho criminal o un drama familiar…. reportes de sensación sobre el divorcio de un famoso, o sobre el fracaso o éxito artístico, o sobre cualquier tema en cuyo tratamiento se prescinde de la inteligencia del lector y se responde solo a su curiosidad”. O morbo, para llamarlo por su nombre.
La reflexión viene a cuento debido al repelente espectáculo que en los últimos días se ha desplegado alrededor de unas fotos tomadas, en Madrid, a nuestro gran escritor Mario Vargas Llosa. La prensa amarilla española se ha cebado a sus anchas con estas imágenes, pretextando una “preocupación por su salud”.
Y como en el Perú hay quienes se han colgado, cual buitres, de esa abusiva intromisión en la vida familiar de nuestro premio nobel, en Perú21 hemos querido marcar distancia y rechazar prácticas malsanas que denigran no solo a la persona que acosan sino al propio ejercicio periodístico.