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Homenaje al Lápiz
“Nuestra mente es proclive a pensar en términos “creacionistas” –de planificación central– instintivamente, pensamos en una fábrica en la que un ingeniero da instrucciones a trabajadores”.
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Aunque parezca sorprendente, la explicación más lúcida sobre cómo operan el intercambio y los precios no la van a encontrar ni en La riqueza de las naciones de Adam Smith (1776) ni en los libros de texto. La hallarán en un cuento infantil de siete páginas que escribió, en 1958, Leonard Read (1898-1980). Un hombre que dedicó su vida a la divulgación de la racionalidad económica desde su Fundación para la Educación Económica. El cuento se titula “Yo, el lápiz”. Milton Friedman lo popularizó en su libro Libertad de elegir (1980).
Seguro que algunos de ustedes lo han leído, y si no lo han hecho, se lo recomiendo. El protagonista es un Lápiz parlanchín que describe su árbol genealógico, y al hacerlo ilustra la complejidad de todo el proceso para llegar finalmente a producir algo tan simple como un lápiz. Es más, explica cómo para conseguir uno de calidad a bajo precio es menester congregar e involucrar, directa o indirectamente, a millones de personas de múltiples sectores de actividad en los cuatro confines del planeta. A simple vista, el lápiz se compone de un poco de madera, barniz, etiqueta, punta de grafito, algo de metal y una goma de borrar. Es obvio que una vez que el fabricante final está abastecido de estos insumos, fabricar el lápiz es coser y cantar. Pero los insumos finales y la maquinaria son meramente la primera generación de ancestros: a modo de padre y madre. De ahí para atrás están los abuelos (la infraestructura e insumos respectivos para producir y transportar cada elemento: goma, grafito, barniz, etc.), los bisabuelos, que serían los ancestros de estos… por lo que el proceso se va complicando exponencialmente.
Veamos cómo lo cuenta el Lápiz (resumido): mi árbol familiar comienza con un cedro de Oregón; la tarea de cortar y llevar los troncos hasta la vía del ferrocarril requiere sierras, camiones y sogas; los troncos son transportados a un aserradero en California. ¿Se imaginan los individuos que participan en la fabricación de vagones, rieles y motores del ferrocarril?... Mi punta es compleja: el grafito es extraído en Ceilán por mineros con sus herramientas y es transportado en barcos guiados por los faros; luego, es mezclado con arcilla del Mississippi y las puntas son tratadas con una mezcla que incluye cera de México; la madera de cedro recibe seis manos de esmalte. Mi pequeña porción de metal, la férula, está hecha de cobre; piensen en todos aquellos que se dedican a la extracción del cobre y los pertrechos que utilizan. Luego llega mi “coronación”, a la que ese conoce como “la goma”, la parte para borrar los errores que cometen conmigo es un producto como el caucho, hecho con un aceite proveniente de Indonesia mezclado con cloruro de azufre.
Al igual que el lápiz, cada insumo para fabricarlo tiene su respectivo árbol genealógico y así sucesivamente. Nuestra mente es proclive a pensar en términos “creacionistas” –de planificación central– instintivamente, pensamos en una fábrica en la que un ingeniero da instrucciones a trabajadores que van transformando insumos a lo largo de una cadena de producción. Pero eso es solo lo trivial e inmediato; lo verdaderamente complejo es el orden “evolutivo” y descentralizado que tan elocuentemente nos describe Leonard Read en “El Lápiz”.
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