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Mercado y equidad en Chile
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Las manifestaciones multitudinarias contra el orden establecido en Chile me han recordado el pasaje de Ortega y Gasset en La rebelión de las masas:
“La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: solo hay coro”.
Lo paradójico es que Chile goza de la economía más competitiva de América Latina, la sociedad menos injusta (con Uruguay), y el sistema más democrático de la región. Y por democrático quiero decir no solo las elecciones por sufragio, sino también separación de poderes, libertad de prensa, justicia independiente, población informada y un largo etcétera. Si Chile es injusto, la injusticia es mucho mayor en todos los demás países de la región. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Por qué se rebelan las masas? ¿Adónde va todo esto?
Cuando un país progresa, como Chile lo ha hecho en los últimos 40 años, todos los ciudadanos tienen una expectativa sobre la parte del rédito que les corresponde. Si las élites que gobiernan no se percatan y no actúan, se produce una disociación entre el poder establecido y las aspiraciones del grueso de la población. Porque, en mayor o menor grado, siempre es una minoría la que detenta el poder, incluso en democracia, como nos enseñaron Pareto y Mosca, hace un siglo, en su teoría de las élites. El error de la clase política y empresarial chilena ha sido no darse cuenta de que las posibilidades de la economía y las aspiraciones de la población llegaron a ser las de una economía desarrollada, con garantías mínimas de un Estado de bienestar.
Está claro que el PBI no es un maná que cae del cielo; para poder distribuir antes hay que producir y para producir tiene que haber incentivos que, indefectiblemente, significan algún grado de apropiación de resultados y, por lo tanto, de desigualdad. Pero la pregunta clave es: ¿cuánto de incentivos y cuánto de redistribución? Es en el cuánto de apropiación y el cuánto de redistribución –es decir, en la delimitación y composición del mínimo garantizado– en lo que difieren liberales y socialdemócratas. Lo curioso es que, en Chile, en las tres décadas desde la dictadura, los socialdemócratas han gobernado 24 años y los conservadores solo seis; que los primeros no hayan resuelto el problema de equidad nos muestra hasta qué punto la élite política está distanciada de la población. Da la impresión de que toda la clase política sucumbió a la plutocracia: la excesiva concentración de riqueza en pocas manos que condujo a la captura del sistema y la política económica.
Ahora, con el movimiento del péndulo en sentido contrario, la gran pregunta es si la nueva Constitución y orden lograrán corregir el sistema hacia una mayor equidad, dentro del equilibrio macroeconómico y del mercado, es decir, sin caer en el populismo. El riesgo, como de costumbre, es que el grueso de la población nunca valora lo suficiente los beneficios abstractos de la “mano invisible” y sucumbe con facilidad a la magia de las intervenciones simplistas que pregonan los demagogos.
Ojalá prevalezca la cordura. Necesitamos un modelo de éxito en América Latina.
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