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Los que trabajamos por el Perú (séptima parte)
“Me tocó presionar al MEF en Lima para que reanudara los pagos al BM y a mis jefes en Washington para convencerles de que dichos pagos ponían en riesgo las precarias finanzas”.
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El equilibrio conseguido en agosto del 90 era frágil. Los ingresos fiscales solo alcanzaban para la planilla y poco más. Los pagos que demandaban FMI y Banco Mundial acrecentaban las presiones. Me tocó presionar al MEF en Lima para que reanudara los pagos al BM y a mis jefes en Washington para convencerles de que dichos pagos ponían en riesgo las precarias finanzas. Había que emprender reformas a fondo o, si no, la economía recaería en la hiperinflación. Además, se necesitaba un acuerdo con FMI y BM sobre las reformas para iniciar la reinserción.
A fines de octubre viajé a Lima con un grupo de veintitrés expertos para trabajar con el gobierno en reforma fiscal y del Estado, servicio civil, administración tributaria, aduanas, sector financiero, comercio exterior y mercado de trabajo. Logré incorporar al grupo a destacados especialistas locales como consultores: Roberto Abusada, Felipe Morris, Mario Pasco, Alonso Polar y Raúl Salazar. Trabajamos seis semanas a tope, concluyendo en una sesión de trabajo con Hurtado Miller y su equipo. Las reuniones con Hurtado eran entretenidas, rompía la tensión con chispas de humor. Un especialista se quejó de que en una oficina le habían dicho que había 70 mil contribuyentes y en otra que 400 mil; Hurtado le interrumpió diciendo “lo que está claro es el rango: entre 70 y 400 mil”. Carcajada.
Hurtado hacía lo posible para tener al FMI y BM de su lado porque su posición era débil. Había rumores de que a Fujimori no le agradaba que Hurtado fuera tan popular y de que podría reemplazarle por Carlos Boloña –que estaba a la espera en el ILD trabajando con Hernando de Soto–, lo que ocurrió en febrero del 91. Una viñeta mostraba a Fujimori preguntando a Hurtado “¿qué tienes tú que yo no tenga?”, y este contestaba: “Pinta de presidente“.
El presidente Fujimori me convocó a una reunión para hablar del informe. Tuvo lugar el 3 de diciembre. Le preocupaba que una agenda muy ambiciosa podía retrasar la reinserción y, sobre todo, la ayuda de terceros países, por ejemplo, Japón. Me di cuenta de que, por aquel entonces, su visión de la economía era todavía “ingenieril” más que “de mercado”, con una confianza desmedida en la acción del Estado, incluso creía que podía sanear las empresas públicas nombrando buenos administradores. En un momento me dijo que yo no entendía bien el Perú, que los políticos eran corruptos, los militares golpistas, los empresarios mercantilistas y el clero medieval. Salí con la impresión de que era improbable que se acometieran las reformas. Me equivoqué.
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