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La próxima crisis

Estamos a las puertas de una crisis comparable a la de 2008-9 y, lo que es peor, no podemos contar ni con la amplitud de las políticas fiscal y monetaria de entonces.

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Una de las simplificaciones frecuentes a la que recurren muchos al evaluar el desempeño de una economía es la de atribuir la relativa bonanza o desdicha del momento al gobierno de turno. Es una simplificación tan desinformada como errónea. El fruto de las buenas políticas solo se recoge a mediano y largo plazo; en el corto las reformas a fondo normalmente causan atonía productiva, quiebras y desempleo transitorios. Los gobiernos pueden, por otra parte, propiciar unos cuantos años de ‘prosperidad’ artificial: aumentando el gasto público, bajando los impuestos, congelando los precios y tarifas públicas, endeudando al Estado, poniendo trabas a las importaciones, sobrevaluando la moneda o emitiendo moneda más allá de lo aconsejable. Eso que comúnmente describimos como “pan para hoy y hambre para mañana”.
La gran diferencia entre los países desarrollados y los emergentes es que en estos segundos, dichas políticas solo aguantan períodos más cortos. En otras palabras, en ambos tipos de países las políticas –que solemos llamar populistas– desembocan en crisis, pero en los subdesarrollados, la crisis llega antes porque inversionistas y ciudadanos en general saben que sus gobiernos tienden a ser arbitrarios, sus monedas no son de reserva y sus títulos de deuda tienen historiales de default.
Me aventuro a decir que vivimos ahora los últimos diez a quince meses de la recuperación económica internacional que se inició en junio de 2009 tras la llamada “gran recesión”. Los lectores saben que me sorprende que esto haya durado tanto. Este febrero estamos en el mes número 117 de crecimiento lento pero ininterrumpido; según los registros del National Bureau of Economic Research para los EE.UU., la recuperación más larga de la historia abarcó desde marzo de 1991 hasta marzo de 2001, extendiéndose por tanto 120 meses y la segunda más duradera transcurrió de febrero de 1961 a diciembre de 1969, es decir, 106 meses. Estamos por tanto a cuatro meses del record.
La gran diferencia entre el ciclo expansivo 1991-2001 y el actual es que el primero fue genuino –sustentado en fuertes pilares de innovación y globalización– y sin degenerar en niveles excesivos de endeudamiento público o privado; mientras que el actual es artificial pues es el resultado de políticas populistas e insostenibles: emisión monetaria por doquier sin precedentes, endeudamiento progresivo complaciente, sobrevaluación excesiva de las bolsas y otros activos, y ahora proteccionismo.
Para agravar el panorama, tenemos el cuestionamiento en los EE.UU. y algunos países europeos del marco institucional y las reglas del juego que tanta prosperidad han dispensado, a sus economías y a la mundial, desde la segunda posguerra, además del abandono del liderazgo internacional del occidente por parte de los EE.UU., que esperemos sea efímero y no sobreviva a Trump.
Estamos a las puertas de una crisis económica comparable a la de 2008-9 y, lo que es peor, no podemos contar ni con la amplitud de las políticas fiscal y monetaria de entonces ni con la cooperación internacional necesaria para superarla.
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