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Yo, el Supremo
“Trump se envalentona y dispara una nueva ráfaga de tuits ordenando a las empresas estadounidenses a que abandonen China y que preferiblemente reubiquen sus plantas en EE.UU.”.
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Abundan los parecidos entre la última década y los años veinte del siglo pasado. Viene a la mente aquella frase lapidaria de Karl Marx: “La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa” (en el 18 Brumario de Luis Bonaparte). El prolongado mercado alcista bursátil, la escalada del endeudamiento, el deterioro en la distribución del ingreso, y el resurgir del proteccionismo que estamos constatando en nuestros días tienen su parangón en lo acontecido en las vísperas del Crash de 1929 y la subsiguiente depresión de los treinta.
En los últimos diez años, igual que en los años veinte, el índice de la bolsa se ha multiplicado por tres; las rentas del capital han aumentado considerablemente mientras que los salarios reales apenas han avanzado. En los EE.UU., entre 1914 y 1928, el número de millonarios aumentó de unos 7,000 a 35,000; en la última década el número de billonarios (patrimonios de mil millones o más) ha escalado de 800 a 2,800 en todo el planeta (de 350 a 700 en los EE.UU.), según la revista Forbes. Como hoy, los años veinte también fueron un período de gran innovación en automóvil, navegación aérea, radio y TV, telefonía y electrodomésticos. Hoy, como entonces, el discurso populista capitaliza las penurias relativas de las clases populares y se ganan elecciones echando la culpa a la competencia extranjera, los inmigrantes y las minorías étnicas.
No es de extrañar, por tanto, que desde la crisis de 2008 haya resurgido el proteccionismo; de entrada se canceló la Ronda de Doha de comercio multilateral. Esas oleadas de liberalización del comercio que han imprimido dinamismo y prosperidad en la economía mundial y que, hay que decir, se consiguieron bajo el liderazgo de los EE.UU. Pero ya no; con Trump el país ha abandonado el Acuerdo Transpacífico, cuestionado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y hasta las reglas de juego de la Organización Mundial de Comercio, y se ha embarcado en una caótica guerra comercial con China.
Siguiendo el hilo de la cita de Marx, lo que está ocurriendo estos últimos días tiene todos los tintes de farsa. Parece más una página del Tirano Banderas de Valle-Inclán que la forma de hacer política económica en un país desarrollado. El viernes, antes de poner el pie en la escalera del avión para viajar a la cumbre del G7 en Biarritz, Trump dispara una batería de tuits en los que anuncia aumentos de aranceles a categorías de productos chinos; el gobierno de la China responde de inmediato castigando las importaciones de productos provenientes de los cuatro estados que dieron la presidencia a Trump en el colegio electoral; acto seguido, Trump se envalentona más y dispara una nueva ráfaga de tuits ordenando a las empresas estadounidenses a que abandonen China y que preferiblemente reubiquen sus plantas en EE.UU. Como los medios cuestionan la autoridad del presidente para dar órdenes a las empresas, como si fuera la Unión Soviética, y para subir los aranceles, pues es una potestad del Congreso, y Trump les acusa de ignorantes argumentando que tiene todas las de la ley apelando al Acta de Poderes Económicos para Emergencias Internacionales de 1977. Digno del Yo, el Supremo de Roa Bastos.
Estamos entrando en una recesión mundial, arrastrando excesos de deuda, sobrevaluación de activos, mínimo margen para políticas anticíclicas y ahora esto.
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