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Una Q que persigue a Talara
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La Q es una variable que propuso el economista James Tobin –premio Nobel en 1981– para explicar si es o no rentable acometer una inversión. La Q es la relación –o división– entre el valor de mercado de un bien de capital y el costo de producción de este. Si el valor de mercado es mayor que el costo de producción, la Q será mayor que 1, señal para poner en marcha dicha inversión. En cambio, si el costo de producción excede al valor de mercado de dicha máquina, fábrica o vivienda, pocos en su sano juicio invertirán en algo cuyo valor de reventa es menor que su costo. Lo de la Q lo domina el actual presidente de Petroperú, mi amigo Carlos Paredes, porque fue alumno de Tobin en la Universidad de Yale.
El refino es un negocio en decadencia. De un lado, la industria de hidrocarburos sufre el golpe de la competencia de las renovables: solar, eólica y otras; tendencia que continuará por las políticas contra el calentamiento global. En los últimos 35 años, el ritmo de crecimiento del consumo de petróleo ha sido menos de la mitad que el del PBI. Por otra parte, los países del Golfo han invertido masivamente en refinerías; su acceso al crudo local les da una ventaja comparativa natural y la posibilidad de engrosar valor agregado exportando refinados. Ambos factores han convertido el negocio del refino en sobre-ofrecido a nivel global. Muchas refinerías de países importadores han tenido que cerrar y las nuevas inversiones han sido la excepción. Por ejemplo, en los EE.UU. no se construyó ninguna refinería, entre 1977 y 2015.
El mercado de compraventa de refinerías, empero, es activo y la Q de Tobin es menor que 1: es más barato comprar una existente que invertir en una nueva. El parámetro clave para valorar una refinería es el costo de capital por barril diario de capacidad. Si la refinería es compleja –capaz de refinar crudos muy pesados y obtener gasolinas ligeras–, se paga una prima. La complejidad se mide con el índice de Nelson; las refinerías de los EE.UU. tienen, en promedio, un índice de 9.5 y las de Europa, 6.5. La unidad de cuenta que se utiliza es el barril-complejidad de capacidad, que es igual al precio de un barril de capacidad dividido por el índice de Nelson.
He analizado las veinte transacciones de refinerías más importantes de los últimos 15 años. El precio más alto lo pagó la empresa CVR Energy Inc. en 2011 por la compra de la refinería Wynnewood, Oklahoma: 882 dólares por barril-complejidad. Como su índice de Nelson es 9.3, el comprador pagó US$8,203 (= 882 x 9.3) por barril.
¿Por cuánto se podría vender Talara una vez concluida? Supongamos que fuera la refinería más compleja del mundo con un índice de Nelson de 19, y que se obtuviera el precio más alto que se ha pagado: 882 dólares por barril-complejidad. Entonces, el precio por barril de capacidad sería de 16,758 dólares, lo que multiplicado por su capacidad de 95,000 barriles/día nos da un precio de venta para Talara de unos 1,600 millones de dólares.
Conclusión: el Estado gasta unos 6,000 mllns. (incluyendo intereses) de dólares en construir una refinería cuyo precio de venta sería, en el mejor de los casos, 1,600 mllns. En el camino, el país pierde 4,400 mllns. Y eso para refinar barriles que habrá que importar, porque hoy el Perú solo produce 50 mil diarios de los 250 mil diarios que consume.
¿Por qué no importar los barriles ya refinados y dedicar los 4,000 mllns. al presupuesto de salud y educación?
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