Empezaban los noventa. Sendero ya no era una amenaza porque se había desintegrado luego de la captura de Abimael Guzmán. El shock por el ajuste de precios y la austeridad fiscal se había asimilado, la economía se ordenaba y teníamos un respiro. Por ese entonces, Alejandro Toledo funda Perú Posible (1994). Debió llamar la atención que un partido que fue exitoso, porque llevó a Toledo a la presidencia (2001), se hubiese llamado así. La literatura política le ofrecía otras opciones: una alianza, un progreso, un cambio, una fuerza, una revolución, un futuro venturoso, lo que fuese, pero los publicistas eligieron Perú Posible. Sin embargo, era cierto. El Perú no era un país en serio, sino apenas una posibilidad, como lo había dicho Basadre (1943). Esa frase se refería a la promesa no cumplida de la Independencia de construir una república. En 1994, cincuenta años después de la frase, después de vencer el terrorismo y la hiperinflación, seguíamos siendo eso, solo una posibilidad.
Ese mismo 1994, un grupo de empresarios funda Perú 2021. Se miraba el bicentenario como un hito al que debíamos llegar siendo un país democrático, en el que cada quien pudiese realizar sus sueños. Perú Posible desapareció, pero Perú 2021 siguió adelante. Como buenos empresarios, se hicieron diagnósticos, se establecieron metas generales y objetivos específicos. Durante ese tiempo, crecimos una barbaridad; nuestra disciplina fiscal y nuestra política monetaria fueron, y siguen siendo, la envidia de la región, y tuvimos recursos fiscales para poder construir desarrollo. Pero poco se logró. La pandemia 2020 desnudó todas nuestras negligencias, retrocedimos 20 años en pobreza, explotamos en informalidad y, para coronar la tragedia, elegimos a Pedro Castillo. Nuevamente, la ilusión frustrada, la promesa incumplida y volvíamos a ser solo una posibilidad. La asociación cambió de nombre por el de Perú Sostenible. También adecuado el nombre, porque el éxito no se pudo sostener. La nueva esperanza es que permanezca cuando regrese.
La Cumbre 2024 de Perú Sostenible ha venido con varias lecciones aprendidas. La primera es que hay cosas que las empresas privadas no pueden resolver por más responsabilidad social que tuviesen. Solo la salud pública nos puede proteger de otra pandemia; solo programas de subsidio directo pueden reducir la anemia de los niños; solo la educación pública puede elevar la competitividad nacional y, con ella, mejores puestos de trabajo, mayores remuneraciones y menores pobrezas; y solo la inversión pública construirá infraestructura, aunque se valga de alianzas privadas o de obras por impuestos. La segunda es que todas esas políticas públicas solo se pueden ejecutar desde el Estado y que, por tanto, hay que ganar las elecciones de 2026. Ganas sobran, queda poco tiempo, pero aún no sabemos cómo ni con quién. La tercera es que se habla claro de que el enemigo principal es la economía criminal, que es sistémica, que afecta a todos y que es internacional. Se habla de una nueva guerra que solo se ganará si se dota a la Policía de inteligencia y recursos, tanto como lo que tienen los criminales, con una advertencia: somos una democracia y las malas artes no estarán permitidas —además, ser tan malos como los malos no garantiza que les ganemos—; y con una certeza: si ya están en el poder, mayor razón para querer ganar las elecciones 2026.
De todas las apuestas, destaca la clase media, que crezca, que absorba tanto pobre como pueda, que se capitalice y que tenga sueños por los que también luchar. ¿Cómo? Con empleo, se responde; con mejor educación, se agrega. Faltó decir que el magisterio está controlado por el Sutep, dentro del cual hay una guerra civil de izquierda, metidos desde Patria Roja hasta el Fenate de Pedro Castillo, y por ahí el Movadef de Sendero. Esa deberá ser también nuestra guerra. Así que nuestra posibilidad, nuestra sostenibilidad, pasa por vencer todos esos desafíos. Sobre la mesa quedaron diagnósticos y propuestas, falta actuar. Para advertirnos de la urgencia, como analogía perversa, en casi todo el territorio se prendieron incendios forestales. Literalmente, el país está en llamas, en el sentido pleno de la palabra, pero, como el humo no pasa por el barrio, creemos que no hay tragedias.