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Retraso letal
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A los interminables cuestionamientos que recibe el gabinete Bellido, esta semana se le sumó uno que afecta directamente a los peruanos de toda condición: el retraso en la llegada de las vacunas al país. Y la razón de esta alarmante demora no es nada difícil de explicar: monda y lironda incompetencia.
La ineptitud del gobierno en gestionar con los laboratorios la ejecución de los contratos que el anterior gobierno ya había dejado firmados es flagrante. Como bien lo señalan los expertos y el exministro Oscar Ugarte, el motivo fue la dedicación de la Cancillería a otra agenda, que encabezaba la ideologizada obsesión por sacar al Perú del Grupo de Lima y alinearla con el bloque castro chavista.
Los perjudicados somos los millones de peruanos que quedamos expuestos a la llegada de la tercera ola, de cuyo potencial destructivo advierten todos los especialistas y epidemiólogos.
La dimensión de esta inexcusable postergación –se habla incluso de 20 millones de dosis rusas que todavía no se han pagado– es de tal magnitud que hasta el propio contralor general de la República y la Defensoría del Pueblo han manifestado su preocupación, ya que el proceso de inmunizaciones en nuestro país no solo no puede detenerse, sino que, además, debe acelerarse.
Pese a que el ministro de Salud, Hernando Cevallos, pretendió echarle la culpa al gobierno de Francisco Sagasti, la realidad lo ha desmentido rotundamente. La Cancillería tenía la tarea de continuar las gestiones con los laboratorios a través de las embajadas peruanas correspondientes a cada país donde se elaboran las vacunas, pero está visto que el exguerrillero Béjar tenía otras prioridades. Y entre ellas no figuraba la salud de la ciudadanía.
Porque, así como el virus y sus variantes desconocen la palabra descanso, las vacunaciones no pueden paralizarse, ni siquiera por un día. La irresponsable miopía del gobierno y su efímero ministro de Relaciones Exteriores seguramente se traducirá en un costo de infecciones y vidas que el Perú parecía haber dejado atrás. Y ese evitable costo social, recordémoslo, tendrá nombre propio.
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