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Literatura

Retrato de Silvia en blanco y negro (i)

Nada tan fecundo para las artes como una iluminadora discusión sobre ellas; de allí el valor didáctico de El mar de Silvia.

 

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El mar de Silvia
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Hace cuatro meses apareció El mar de Silvia, tercer libro de Santiago del Prado, legendario autor de Camino de Ximena. Creo que aún no hay reseña alguna. Con cincuenta y un años, el narrador homónimo se recluye en un asilo de ancianos en La Punta y durante un paseo conoce a una mujer deslumbrante, Silvia, que trae consigo la gravitación de un tiempo pasado. Unidos por intereses comunes, conversan, encantados, sobre el encantador mundo de sus lecturas en varios idiomas, de anécdotas de escritores, de las variaciones de un haiku, de las fotos en blanco y negro que confieren un diseño original al volumen. Más tarde se les une Guillermo Cavallini, residente en un gran huaco en el jardín de Silvia, versión nacional del tonel de Diógenes y del Chavo del Ocho. El libro es una colección de esas conversaciones, ricas en humor y en una sensibilidad erudita y amigable a la vez. Santiago, además, le confía a su amiga que “sentía debilidad por ciertas posibilidades del humor grosero. A veces se logran buenas vulgaridades” (p. 82). Una inteligencia ilustrada puede discernir la belleza y sus esplendores discretos, aunque sean inesperados. Así, la obscenidad y las imágenes excrementicias se intercalan con citas de Lichtenberg, Canetti, Kafka, Heine, Federico Camino, los poetas japoneses y, sobre todo, Borges y sus amigos y sus biógrafos y...

La omnipresencia de Borges pudo haber sido un problema serio en la escritura de Del Prado, mas este lo resuelve con felicidad: el autor tótem se transforma en un autor padre, venerado pero muy distinto. ¿Acaso imaginamos el grotesco humor de Rabelais en la poética de Borges? Y, como suele suceder, la obra del argentino abre las puertas al emocionado conocimiento de otras literaturas. Nada tan fecundo para las artes como una iluminadora discusión sobre ellas; de allí el valor didáctico de El mar de Silvia. El examen del haiku que Issa Kobayashi legó en su lecho de muerte, por ejemplo, es un ejercicio de lucidez que debería estar en los textos escolares (y no solo del Perú).

Un tono íntimo invita con calidez al cuarto invitado, que es el lector. Con su variedad, su agudeza, su delicadeza y su obscenidad, esta obra, que no es propiamente una novela, bien puede capturar la curiosidad del lector adolescente y de quienes, pasados los cincuenta años, miran hacia atrás sin ira. Hasta aquí sus excelencias; la próxima semana veremos sus falencias.

 

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