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Retrato de Silvia en blanco y negro (II), por Camilo Torres

“Los diálogos de ‘El mar de Silvia’ son un poderoso ejercicio de inteligencia y el registro de una sensibilidad original”. 

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Libro.
Retrato de Silvia en blanco y negro.
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Continúo aquí la reseña de El mar de Silvia, de Santiago del Prado. Luis Loayza me contó que Henry James prohibía que se incluyeran ilustraciones de sus personajes. Silvia fascina a Santiago, pero no fascina al lector, y la sentimos tenue, afantasmada. Es menos un personaje que un eco del narrador con alguna forma femenina. Tal vez por eso se nos imponen fotografías de ella, en blanco y negro. Los diálogos entre ambos llegan a carecer de divergencia y el lenguaje de Silvia se contamina de la afición bonaerense de él. Silvia, diría Borges, “adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena”. Esto podría ser un defecto menor: no hay muchos personajes femeninos notables en la narrativa peruana. Pero ella es el centro del libro y allí encontramos un vacío ineludible. Por lo demás, su relación con el narrador es asexuada y tierna, como ciertas fantasías infantiles. Sin tensión erótica, el libro está lejos de cumplir la promesa de la contratapa: “El triángulo amoroso más insólito de la historia de la literatura peruana”. 

MIRA: Retrato de Silvia en blanco y negro (i)

En el prólogo de La invención de Morel, Borges condenó las novelas que ostentaban una ausencia de argumento. Así, condenaría El mar de Silvia, que es una mera colección de ensayos dialogados. ¿Cómo terminar un libro que no cuenta nada? Silvia declara: “Tal vez necesitamos films que no tengan un final. Films que no quieran redondear nada”. De igual modo, el libro no termina: se interrumpe.

Algunos juzgarán este volumen por el escarnio (injusto) que se hace de un empresario limeño, por gestos clasistas (“una choripanera cualquiera”), por la exhibición cínica que el narrador hace de su condición de “mantenido” y su burla de los que trabajan. Quienes hemos tenido que salir a trabajar en las calles de Lima a los diez años, quienes hemos pasado días de hambre, no encontramos esa página especialmente querible. Pero estas son razones ajenas al juicio literario. Y las falencias señaladas no eclipsan las virtudes del libro, que son nítidas e importantes. Borges también le negó al Ulises de Joyce la condición de novela, mas le reconoció su fuerza poética. Los diálogos de El mar de Silvia, ricos en temas, penetración y humor, son un poderoso ejercicio de inteligencia y el registro de una sensibilidad original. Por eso podemos disfrutarlos tanto, como disfrutamos los ensayos que, con tono amical, nos acercan a otros libros y nos permiten quererlos más. 

 

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El libro.

 

 

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