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Retrato de un hombre flaco
“Titinger ha construido su historia con suma destreza. Ha orquestado una estructura dinámica y vibrante…”
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En el ámbito latinoamericano son raras las biografías de escritores célebres. Ello se debe, entre otras razones, a que el género implica una ardua y larga investigación que ningún editor está dispuesto a sufragar. De ahí la expectativa generada por un libro que ha tenido en vilo a su autor durante varios años y que solo ha podido culminar llevado por una extrema pasión. Nos referimos a Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro, del periodista peruano Daniel Titinger, que acaba de publicar en Santiago de Chile Ediciones Diego Portales.
Comprometerse con la redacción de una biografía puede ser una experiencia traumática, sobre todo si el interés por escudriñar el itinerario vital de una persona se torna una obsesión. ¿Cuánto se puede llegar a saber de la vida de los otros? Hay individuos complejos y esquivos cuyo carácter no resulta fácil de descifrar. Sin duda, Julio Ramón Ribeyro era uno de ellos. Titinger no tuvo la suerte de conocerlo –era un adolescente cuando el escritor falleció–, pero ha hecho denodados esfuerzos por superar esta limitación, como lo prueba su estupendo libro.
En realidad, en lugar de la biografía al uso, Daniel Titinger ha optado por el retrato, en consonancia con sus aptitudes de cronista. En ese sentido, privilegia el relato y no nos abruma con su exhaustiva investigación, sino que hilvana una semblanza ágil y poliédrica, a partir de múltiples impresiones de familiares y amigos. La imagen que ha compuesto de Ribeyro es muy vívida y fidedigna, ya que incide no solo en sus cualidades, sino en sus defectos. Esto no debería molestar en absoluto a sus deudos, sobre todo si se tiene en cuenta que el escritor fue el primero en desvelar su intimidad en sus diarios y con una franqueza e impudicia sin precedentes.
Titinger ha construido su historia con suma destreza. Ha orquestado una estructura dinámica y vibrante, casi cinematográfica, para presentar al autor de La tentación del fracaso a través de diversos testimonios, valiéndose de escenas breves y rápidas, donde abundan los saltos temporales. Esto permite contrastar al Ribeyro del pasado, aquel joven tímido que decide escapar de un medio asfixiante como el Perú de los años 50 para intentar cumplir sus sueños literarios en París, con el hombre que, en el umbral de la senectud, luego de un largo exilio y una terrible enfermedad, regresa a vivir en Lima. En esta etapa final –muy bien captada por Titinger–, Ribeyro se entrega a una vida hedonista, sin inhibiciones frente al amor y la amistad, como si supiera que ya no puede darse el lujo de malgastar una segunda oportunidad de ser feliz y, por tanto, pisa a fondo el acelerador, aun cuando es consciente de que la muerte lo espera agazapada a la vuelta de cualquier esquina.
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