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Roberto Lerner: El fin de una cierta inocencia
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Las mamás ya no pueden desconocer las evidencias. Algo, definitivamente, ocurre. ¿Qué pasó con esos niños que parecían hacerlo todo más o menos fluidamente, sin grandes resistencias y con buena voluntad?, ¿por qué parecen anudados, medio molestos, rebeldes y hasta retorcidos? La inocencia ha desertado y ya no toman lo bueno y lo malo de la vida sin dobleces.
¡Lo he escuchado tantas veces! Cierta decepción se apodera de los padres. Ven a sus críos aún en la niñez, pero habitando cada vez más islotes de astucia y cinismo.
A los 7 años, más o menos, culminado primer grado, los niños, que un año antes habían estado de safari por la vida, absorbiendo la realidad y sus reglas, se vuelcan hacia las relaciones. Se dan cuenta de que hay un mercado interpersonal que define quién pierde y quién gana, premios y castigos. De que entre ellos y los demás hay un juego en el que no se muestran todas las cartas, se blufea, se marcan puntos según estrategias que incluyen seducción, promesa, apariencia, reputación, cumplimiento y trampa.
Además, no les queda duda de que están siendo evaluados, comparados, que sus aprendizajes son un repertorio utilitario que se puede usar más o menos bien, y define jerarquías más allá del valor intrínseco de lo aprendido.
No, no necesitan exorcismo. Ni que les digamos que son malos. Están avanzando y su avance requiere de esa recomposición que los hace, como somos nosotros, jugadores de póquer razonablemente buenos. Pronto estarán de vuelta con su inocencia. Solo que ya no podremos jugar tanto con ella. O darnos con la sorpresa de que tienen una mano que les permite llevarse el pozo.
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