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Roberto Lerner: El mágico número 8
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Se supone que son las horas que nuestro organismo requiere para reponerse de los trabajos del día anterior. ¿De dónde ha salido? Como algunos datos supuestamente inapelables de la sabiduría convencional, nadie sabe muy bien. Si uno deja de tener todos los puntos de referencia que nos da la civilización —relojes, luz eléctrica, por ejemplo— y nos damos un baño de naturaleza por un tiempo suficientemente largo, en promedio vamos a dormir 7 horas y 15 minutos por noche.
Menos de las famosas 8 y más que las alrededor de 6 que marca la modernidad. Según datos de la National Sleep Foundation (sleepfoundation.org), hay diferencias entre países, en el nivel socioeconómico y también organismos que necesitan más que otros.
Pero los que duermen claramente menos de lo que la naturaleza pide son los adolescentes. Deberían hacerlo entre 9 y 10 horas por noche. Dado que comienzan el día escolar muy temprano, que estudian hasta eso de las 16:00 y que deben quemarse las pestañas haciendo tareas, ensayos y otras torturas, además de chatear y navegar, no hay manera de que puedan obtener el descanso que sus organismos necesitan.
En un reciente artículo en el New York Times, Aaron Carroll, pediatra, comenta un estudio que comparó a miles de niños según la hora de inicio de las clases: los que las comenzaron entre las 8:30 y 9:00 asistieron más a la escuela, tuvieron menos accidentes y lograron más académicamente que sus pares que iniciaban el día a las 7:30.
Muchas de las convicciones que esgrimen como mandamientos divinos los encargados de la educación tienen bases científicas endebles, son modas o conveniencias burocráticas y organizacionales. Con el aprendizaje y el desarrollo tienen poco que ver.
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