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Roberto Lerner: De mi música para él a su música
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El tiempo pasa, nosotros pasamos. Más que arrugas y encorvamientos, en el caso de los mayores; y logros apoteósicos —caminar, hablar, leer— en el caso de los menores, son pequeñas señales que nos dejan en posición adelantada, lo que anuncia cambios en el lugar que ocupamos en el devenir de la vida.
Ha pasado algún tiempo desde que hacía escuchar a mi nieto, mientras recorríamos Lima en carro los domingos, algunas piezas de música clásica que él reconocía y apreciaba. Por alguna razón se me ocurrió repetir el plato. Usé mi celular para escoger la música, cosa que él, de 7 años, vio; y cuando sonó la primera canción, pude ver su mirada cómplice. ¡Claro que la recordaba!
Luego de lo que podríamos llamar un lapso de cortesía, me preguntó si podía buscar una melodía determinada. Le contesté afirmativamente. Entonces, me dijo que busque una específica. Aparecían varios títulos con el mismo nombre y él, sin vacilar, escogió el que quería.
Una música rapera llegó a mis oídos y por el espejo retrovisor pude ver un cuerpo que vibraba y unos labios que musitaban al son del pegajoso ritmo. Un minuto luego de abandonarse a la tonalidad de su naciente generación, me explicó que se trataba del rap de un personaje salvadoreño que concita la pasión de millones de mentes que se identifican y reconocen.
Ese es el verdadero paso del tiempo. Queremos repetir una vivencia que nosotros alguna vez controlamos desde nuestra adultez y sus gustos, pero solamente producimos el condescendiente reconocimiento de un recuerdo y la demostración de que un ser querido ha tomado, con sus pares, en sus manos su propio desarrollo.
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