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Roberto Lerner: La renovación imposible
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Columnista invitado
La tradición a toda costa conduce al estancamiento. La innovación compulsiva a la desintegración. En política, lo primero es dictadura, lo segundo anarquía. La democracia permite renovación dentro de estabilidad.
El director se pregunta cómo quiere ser recordado Julio Guzmán. Yo me pregunto cómo serán recordadas las élites de mi país.
El empresariado y los ejecutivos. Irrelevantes e intrascendentes a la hora de dar el ejemplo u orientar a la opinión pública.
Nunca son elegidos sus preferidos: ¿Luis Bedoya? No, Belaunde; ¿Luis Bedoya? No, García; ¿Vargas Llosa? No, Fujimori; ¿Lourdes Flores? No, Toledo; ¿Lourdes Flores? No, García; ¿PPK? No, Humala.
El estado de ánimo colectivo llega como chubasco en cielo despejado. Pasado el susto, vienen promesas: ser más considerados, precavidos, asertivos, controladores.
Promesas en resaca. No hay un trabajo con los ciudadanos, que regresan a su condición de consumidores. ¿Convencer, acompañar, conocer? No, el electorado está vacunado.
Los políticos experimentados. Detectar talentos que te van a superar y suceder es tan importante como ganar una elección y gobernar. Hacerse a un lado para dejar que una nueva generación siga la tradición y se enganche con lo nuevo que uno ya no representa.
Alan García, Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Lourdes Flores, todos demócratas, han fallado en la misión más importante de todo líder: acompañar a una generación de sucesores, que renueven sin renegar de la tradición. Han sido perversos, narcisistas y profundamente tóxicos.
Si nuestras élites fueran funcionales, estaríamos renovando, escogiendo entre los herederos — irónico que la joven Fujimori lo sea por la misma razón que Felipe es rey en lugar de Juan Carlos—, pero no lo son.
A los ciudadanos que quieren renovar les queda la novedad, el castigo a las élites con saltos al vacío. Con Guzmán o sin él.
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