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Rusia, el Mundial y el poder blando
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El poder blando –entendido por Joseph Nye como la capacidad de un país de determinar el comportamiento de otro sin utilizar la fuerza militar ni algún incentivo económico, sino siendo atractivo, es decir, ejerciendo la seducción por medio de la cultura, los valores y el comportamiento internacional– se hace presente en el Mundial de Rusia.
Hacer un análisis de los beneficios de realizar un mundial de fútbol solo en términos económicos es un error. Si bien la experiencia brasileña hace cuatro años fue terrible, Rusia tiene otros intereses.
El impacto del fútbol dentro de la cultura popular es muy grande. La Unión Soviética nunca tuvo influencia a nivel de las masas, solo en aquello que podemos llamar la alta cultura (teatro, ballet, etc.). A los rusos no les interesa el fútbol como a los latinoamericanos, pero eso no importa; si pueden mostrar al mundo un país ordenado y amigable y un evento deportivo bien organizado (salvo alguna excepción, pues la presencia en los estadios ha sido masiva), el impacto en la imagen de una Rusia tan criticada desde Occidente será muy importante.
Realizar con éxito grandes eventos deportivos o cumbres internacionales genera réditos para la reputación de los países (el Perú puede dar fe de ello en los últimos años). No obstante, Nye decía que, si bien la Unión Soviética en su momento generó mucho atractivo en países como el nuestro –por el desarrollo y el nivel de industrialización alcanzados en tan poco tiempo–, todo este atractivo era despilfarrado por la represión ejercida contra cualquier muestra de oposición al comunismo.
Hoy nadie habla de Siria ni de Crimea, pero si el gobierno de Putin continúa acercándose al autoritarismo, probablemente todo lo ganado con el Mundial no sirva de mucho.
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