A mi parecer, uno de los pensadores modernos más influyentes es el profesor Scott Galloway, el irreverente y (muchas veces) desatinado especialista en marketing, finanzas y tecnología. En los últimos meses, el profe ha encontrado una nueva causa y está determinado a denunciar todas las maneras en que estamos destruyendo el futuro de los jóvenes.
Su tesis argumenta que varias políticas están diseñadas para proteger a los que ya acumularon capital (es decir, los más viejitos) en perjuicio de las juventudes. El exceso de deuda pública protege, artificialmente, la economía, pero hipoteca el futuro de los púberes. Galloway también indica que la pobreza en personas de la tercera edad está disminuyendo, mientras que la infantil viene en constante aumento. Si bien su análisis se centra en Estados Unidos, no es difícil encontrar ecos de su razonamiento en el Perú.
Todo millennial peruano tiene la misma sensación: “Esa casa o propiedad que compraron mis padres o abuelos hoy está fuera de mi alcance”. Los costos de la educación privada se siguen inflando a ritmos que los salarios no pueden alcanzar. Siendo más específicos con la realidad peruana, vemos cómo la informalidad sigue avanzando; los abusos de las economías ilegales impactan, de manera desproporcionada, en los más jóvenes (a veces, incluso, en infantes). Las políticas populistas para liberar las AFP alivian a corto plazo, pero dinamitan esa magia llamada ‘intereses compuestos’, cruciales para acumular un colchón de seguridad que aguante en nuestra vejez.
Galloway advierte que seguimos minando a las futuras generaciones y que los políticos, siendo en su mayoría viejos, ni se dan cuenta. En Estados Unidos, Kamala Harris está disfrutando una larga ola de entusiasmo, en gran parte, ante el alivio de los votantes que ya no tendrán que elegir entre dos “jóvenes promesas” como Trump y Biden. Mientras aquí algunos celebran el regreso triunfal del octogenario Alberto Fujimori, sería bueno recordar que si el futuro son nuestros jóvenes, los que deberían diseñarlo son ellos.