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Sandro Venturo: Las dos caras de la innovación en el Perú

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El último número de la revista Poder ofrece un especial sobre innovación. Resulta pertinente tratar un asunto que está de moda pero que, como toda moda, tiene dos caras. La buena: la innovación se ha convertido en un factor clave para el desarrollo, especialmente en una época en que la creatividad y el conocimiento pueden ser tan o más decisivos que el poder del capital a solas. La frívola: la innovación es, entre nosotros, una noción vacía. Cuando se usa generalmente apenas alude a una que otra anécdota. Ya ha pasado antes. A mediados del siglo pasado estuvimos a la cola de la industrialización. Ahora nos venimos integrando deficientemente a la sociedad informacional.

La revista ofrece, además, cifras que muestran cuán rezagado está el Perú en el mundo. Según el índice mundial de innovación de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, nuestro país está en el lugar 71 de 128 economías. Según el World Economic Forum, estamos en el puesto 116 de 140 países. Esto está relacionado con que menos del 0.1% del PBI se destina a investigación y desarrollo, casi igual que hace dos décadas, cuando recién comenzábamos a crecer. Otro dato alarmante: si comparamos la cantidad de investigadores con PhD en ciencia e ingeniería en el Perú, contamos con la décima parte de lo que tiene Chile y cuarenta veces menos de lo que tiene Polonia, un país con un PBI semejante al nuestro. En esto estamos como en el fútbol.

Estas cifras no me sorprenden. Hace poco, en una reunión de ejecutivos locales con estilo cosmopolita, se preguntó para cuántos de ellos era importante la innovación. Para todos. Luego se preguntó si creían que para sus empresas era relevante. Otra vez, para todos. También se les preguntó si sus organizaciones tenían una definición de innovación operativa. Ah, ninguno. Finalmente, se les preguntó si estaban por lo menos trabajando en algún proyecto o proceso de reorganización que apuntara en esa línea. Unos pocos, apenas. Digamos que el grupo focal fue contundente.

Gisella Orjeda, presidenta del Concytec, en las mismas páginas de la revista, muestra los datos que dan cuenta de lo poco que el sector público invierte en innovación en el país. Con ironía subraya todo lo que le ha costado a su institución poner de moda esta palabrita, y luego denuncia el práctico desinterés del Estado para promover en el país investigaciones y desarrollos orientados a diseñar esas soluciones que nos permitan vencer, por fin, la pobreza, potenciar los sectores dinámicos de nuestra economía y constituir una institucionalidad que favorezca la integración de todos nosotros, los soberanos. Parece que trabajar con sentido de largo plazo todavía no es lo nuestro.