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¡No sean papas fritas!
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¡No sean papas fritas! (USI)
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Decía Mafalda. Su frase aplica al psicodélico “debate” sobre la caída del precio de la papa y las importaciones.
Las vidas de millones de paperos y sus familias dependen de los precios de la papa. El Niño alteró los ciclos de producción de esta y otros productos. La oferta se concentró en un periodo en que la demanda es baja, en un contexto general de relativa debilidad de la misma. El precio se desplomó.
La importación de papa para freír ascienden al 0.7% de la producción total. Es obvio que no explica la caída del precio. Es increíble la lista de tonterías que uno lee: que nos vamos a morir de cáncer por comerlas, por ejemplo. La agenda es otra. El drama de la mayor parte del sector agrícola es su baja productividad. Muchos de los paperos deberían cambiar de cultivo. Para eso requieren de semillas mejoradas, asistencia técnica para trabajar con ese cultivo, cosecha de agua e irrigación moderna, caminos, ferias, mercados mayoristas, información útil, sanciones al abuso de posición de dominio de acopiadores y habilitadores.
Para exportarse como un producto boutique de bandera, la papa no puede tener ojos y debe ser uniforme. El CIP tiene las semillas. Las tienen que tener los agricultores, junto con los demás elementos de la política pública.
El Estado no tiene que promover que nadie invierta en plantas de proceso. Supongo que se requiere de papas especiales. El CIP ya no tiene los recursos de antes. El Estado podría financiar la innovación que se requiera. Con el CIP estaríamos seguros de que se conseguirá.
El affaire papa frita ha resaltado este caso. Noticia calientita: es igual en la mayoría de cultivos de panllevar. Por eso hay semejante pobreza rural en un país que debería ser, en mucho mayor medida, la boutique del mundo. ¿Qué falta? Estado, principalmente. Emprendedores, también.
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