Murió Gustavo Gutiérrez, el padre de la nefasta Teología de la liberación. Tuve que leerla en la universidad y me pareció el típico palabreo gaseoso de cura mezclado con un marxismo setentero, una mezcla que me pareció exótica y sin mucha lógica, porque el cristianismo te promete un paraíso extraterrenal —básicamente, si te portas bien y crees en la Trinidad—, mientras que el marxismo ateo es absolutamente materialista, aunque se asemeja mucho a una especie de religión laica, una que más bien te anuncia la construcción del paraíso en la Tierra si logras que tu bando de los buenos (el proletariado) se imponga, en la lucha de clases, a los malos (la burguesía).
Es que, tal como el cristianismo, el marxismo tiene su Cristo (Marx), su san Pablo (Engels), su san Pedro (Lenin), su Biblia (El capital), su Roma (Moscú), sus santos (Fidel, Che Guevara, Rosa Luxemburgo, JCM), su Iglesia (el Partido Comunista), su paraíso (el comunismo), sus demonios (el capitalismo y el fascismo), su grey (el proletariado), su arte, sus mártires y hasta sus Luteros (Trotski), y otros herejes (Mao, Hoxha, Tito). El libro me pareció muy intelectualmente sobrevalorado y muy poco práctico frente a la realidad, como casi toda la producción marxista de la época (Sartre, Althusser).
Al leer a Gutiérrez, me acordé de esa genial definición de Keynes sobre el marxismo, que también se aplica a su obra: ¿Cómo puedo aceptar la doctrina comunista, que establece como su Biblia, encima y más allá de toda crítica, a un libro obsoleto que sé que no solo es científicamente erróneo sino sin ningún interés o aplicación en el mundo moderno? ¿Cómo puedo adoptar un credo, que prefiriendo al pez que al barro, exalta al proletariado vulgar sobre la burguesía y la Intelligentsia, que con todas sus faltas son la calidad de la vida y que seguramente llevan las semillas de todo progreso humano? ¿Aun si necesitásemos una religión, cómo la vamos a poder encontrar en los desechos turbios de una librería roja?