Las relaciones entre España y Venezuela han alcanzado niveles de tensión difícilmente soportables.
No sé dónde poner el capítulo inicial de esta truculenta historia. Pero entre la burla y la estupidez de uno y otro lado, vivimos en un sinvivir constante.
El gobierno español ha evitado, hasta la fecha, referirse a Maduro como dictador. Llegó al extremo protagonizado por el ministro de Asuntos Exteriores (diplomático de carrera) quien a las preguntas de un periodista se negó a tachar al régimen venezolano de dictatorial “por no tener formación para ello”.
En este contexto, francamente errático, llegó a España en calidad de asilado político Edmundo González. De inmediato, ese ministro anunció que España no había negociado nada con Venezuela. O sea, llega un avión de las fuerzas armadas españolas a territorio extranjero; sale una persona (buscada por la Fiscalía) de la embajada holandesa a la española sin que le pase nada en el trayecto; le hacen firmar en la embajada española una vergonzosa carta de renuncia, y mantiene que nada se ha negociado. Difícil de creer. Más cuando el gobierno de Maduro, que no se cansa de mofarse de España, sacó a la luz la susodicha carta, y hasta fotos tomadas en la embajada. El viejo Edmundo se vio obligado a emitir un comunicado diciendo que fue coaccionado.
¿Hubo, pues, negociación entre España y Venezuela para sacarlo de Venezuela? La respuesta lógica deja como mentiroso al gobierno español. ¡Claro que negoció! No sabemos si por razones humanitarias o por hacerle el favor a Maduro (“A enemigo que huye…) enrocado en su posición de no mostrar las actas de las elecciones.
Sea lo que sea, es la historia interminable. Las mentiras de siempre.