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Comienzan las clases y las mentiras también

“Mientras trabajamos y pagamos impuestos, ellos viven despreciando nuestras esperanzas. Primero se asocian para delinquir, luego se traicionan”.

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Esta semana comenzaron las clases en varios colegios privados. Y en dos semanas, en los estatales. Caritas felices o ansiosas. Niños que comienzan el nido. Niños que ingresan a primer grado de primaria. La primera ciudadanía dando sus primeros pasos. Padres y madres eufóricos o temblorosos. Una inundación de coloridos retratos en las redes sociales. Discursos de bienvenida de docentes que, a pesar de tener casi todo en contra, manifiestan una entrega que la sociedad no les reconoce. Papis y mamis secándose unas pequeñas lágrimas mientras dan la vuelta en dirección a la chamba. Todos estamos, en las buenas y en las malas, empujando a la vida para que se sienta más bonita.
Mientras tanto, los titulares de estos días van en sentido contrario. Todos los aludidos han negado categóricamente lo afirmado por el delincuente Jorge Barata y su jefe, el capo Marcelo. Yo pensé que nuestros políticos iban a reafirmarse en la sensatez, esto es, que en las campañas se suele recibir donaciones de todo tipo, que según nuestras leyes no es delito recibir esos apoyos, que se trata de una antigua y archiconocida costumbre nacional, que lo recibido fue declarado en su momento –incluyendo el aporte de la nefasta Odebrecht– y que si existiera la posibilidad de que ese dinero hubiera provenido de una caja ilegal, que están dispuestos a colaborar hasta el final porque un político no solo es un líder sino que debe ser un ejemplo para su comunidad. Pero no. Nada de eso. El que la debe, la teme. Barata ha descrito cómo operaba la cochinada entre ellos y ellos, sin excepción, dicen que es mentira. Seremos idiotas.
Mientras trabajamos y pagamos impuestos, ellos viven despreciando nuestras esperanzas. Primero se asocian para delinquir, luego se traicionan. Está claro que este juego de afirmaciones y negaciones redunda en lo evidente: los poderes –económico y político– van contra la vida de la gente. Mientras el país crecía apoyado en nuestra energía, estos sinvergüenzas hacían dinero de la peor manera, camuflando sus porquerías como éxitos empresariales, pontificando sobre responsabilidad social los unos, y sobre el progreso los otros, mientras contaminaban al Estado.
Lo más penoso es que esto opaca los miles de miles de esfuerzos bien realizados en el mundo empresarial y dentro y fuera del Estado. Peor aún, refuerza la idea en mucha gente de que no importa cómo se construya el éxito familiar, que todo vale, especialmente si se trafica con el bien común. Y más grave todavía, proyecta una imagen de nosotros como un pueblo violado, idiota, corrupto. Mientras unos entregamos a nuestros hijos con la esperanza de curar a un país plagado de pendientes, otros persiguen un éxito que nos destruye a todos.