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La gran negación de los empresarios
“Casi no queda balneario pituco en Lima que no tenga vecinos con temas pendientes o antiguos con la justicia”.
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El empresariado está como la clase política. No quiere admitir que es igualmente rechazado por la gente. Mucho antes de los destapes asociados a Lava Jato, la imagen de los empresarios ya era deplorable, según los estudios de opinión: que la codicia los orienta y, por eso, son capaces de pasar por encima de las reglas, comprar funcionarios, evadir impuestos, manipular licitaciones, en fin, de hacer lo que sea necesario para multiplicar sus ganancias. Las noticias de cada día no hacen sino reforzar estas percepciones. Por otro lado, pareciera que el discurso de la responsabilidad social no es sinceramente voluntario, que se impulsa –en última instancia– porque están obligados a responder a estándares políticamente correctos, que la buena reputación les importa en la medida que les permite vender más y mejor en esta época “millennial”.
Los empresarios y sus gremios actúan como si esta imagen no existiera. Cuando un caso como el ‘club de la construcción’ revienta, se quedan mudos o miran al lado. Y cuando sus líderes son encarados para dar cuenta acerca de esos asociados sometidos a investigación, sus repuestas suelen ser evasivas o los tratan como si fueran casos excepcionales. Pero todos sabemos que no lo son. Responden a prácticas añejas. Casi no queda balneario pituco en Lima que no tenga vecinos con temas pendientes o antiguos con la justicia. La fantasía de los buenos empresarios, que creen que se salvan porque trabajan bien y en serio, se derrumba cuando uno mira las encuestas. Todos caen, lamentablemente, en el mismo saco.
Cuando se observa la agenda de discusión de la III Cumbre Empresarial que se inició ayer, llama la atención que el problema de la corrupción no sea un tema central (más aún siendo el tema de esta Cumbre de las Américas). Por supuesto que esta ausencia no descalifica a este importante evento internacional. Todos los asuntos que se están discutiendo son imprescindibles (infraestructura, tecnología, etc.); sin embargo, ¿se puede avanzar en la región sin confrontar agresivamente este cáncer institucionalizado que amenaza todo esfuerzo –público y privado– por promover el desarrollo?
Existe una extendida cobardía en el mundo empresarial. En estos meses se ven ejecutivos y empresarios muy preocupados detrás del escenario. Andan ansiosos, murmurando, rogando no ser relacionados con esos personajes que se pasearon por directorios, asociaciones y eventos, compartiendo mesas e iniciativas de diverso alcance. Se ven, además, imaginando diversas respuestas a este imparable desprestigio. Pero al final, nada. Están quietos. Y ya se sabe que a escondidas no se resolverá este inmenso desprestigio, menos en el mundo de hoy donde no hay forma de poder que no merezca nuestra sospecha, ni éxito que no sea susceptible de recelo.
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