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Mañana será bien simple
“Ojalá Vizcarra y su pequeño equipo estén a la altura de este específico y gran desafío”.
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Nadie espera una sorpresa mañana. Si bien para algunos pocos se trata de evaluar la pertenencia de cada una de las cuatro consultas sometidas a votación, para otros, la gran mayoría, no está en juego aquello que se consulta. El sentido que la ciudadanía le otorga al referéndum es inequívoco: se busca mostrar el rechazo a la clase política peruana. El resultado a boca de urna medirá el nivel de hartazgo popular acumulado a 2018.
Esto es algo que el establishment político no puede comprender. Ni comprenderá en el corto plazo. De allí la indignación de los fujimoristas que creen que todo esto es un complot envidioso contra ellos y no la consecuencia lógica de su entusiasta embestida hacia el precipicio. O la patética torpeza con la que Alan García y sus segundos se vienen manejando hace un buen tiempo. O el evidente oportunismo del resto de tiendas políticas que juegan a la baja. O el descuido arrogante que las mafias empresariales y burocráticas han ejercido durante la etapa de crecimiento económico y fiscal. Su desconcierto actual es proporcional a la comodidad con la que actuaban.
Mañana escucharemos dos mensajes. La gente celebrará la objetivación de su rechazo, mientras que la clase política y sus grandilocuentes voceros denunciarán el advenimiento de una dictadura. Esta es, sin duda, una época de grandes delirios.
Sin embargo, si el resultado electoral es contundente, se deberá tomar en cuenta un verdadero y nuevo peligro. Ojalá que los resultados electorales no confundan a los miembros del Gobierno. Ojalá que no se la crean. Lo peor que le puede pasar a este Ejecutivo –fruto de la contingencia– es que alucine que se ha consolidado políticamente y que tiene permiso para avanzar sin tejer alianzas sociales y políticas, ni encarar seriamente el periodo de gestión que le queda.
La ciudadanía no espera otro autogolpe constitucional como el fujimorista de los noventa. Tampoco está buscando a un extremista o populista de izquierdas. Quiere, por fin, estabilidad. La radicalidad que persigue no es retórica ni ideológica sino cotidiana.
El apoyo actual al Gobierno se debe al cumplimiento de una demanda puntual –pegarle a la piñata–, pero desde el lunes se le exigirá resultados impostergables: más empleo, menos delincuencia y mejores servicios públicos. Así de simple. Ojalá Vizcarra y su pequeño equipo estén a la altura de este específico y gran desafío.
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