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Viene un tiempo nuevo
“Si antes nos sentíamos perdedores, ahora estamos algo más que atolondrados”.
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La diferencia entre el final del siglo pasado y el inicio de este reside en una palabra: “crisis”. El Perú anterior siempre estuvo en crisis. Cuando Leusemia cantaba “No hay futuro”, describía mejor que cualquier estudio académico aquello que vivíamos los jóvenes de entonces. Nadie sabía cómo iba a ser su vida en dos o cinco años. Apenas unos cuantos muchachos respaldados por sus familias escapaban de la condena, pero la gran mayoría nos acostumbramos a vivir en una incertidumbre continua, al punto que eventualmente podíamos disfrutarla. Quemábamos las naves cada fin de semana. Todas nuestras aventuras artísticas hablaban de una nación trabada, oscura, aislada, explosiva.
Hoy, los jóvenes casi no escuchan esa palabra. Dos décadas de crecimiento, disminución de la pobreza, ampliación del mercado interno y emergencia de los estratos medios le dieron otra velocidad al Perú. Y otro temperamento. En pocos años pasamos del “Sí se puede” del Cienciano al “Vamos por más” de la selección. Clasificamos, crecemos, pero no es suficiente. Las grandes ciudades ya no son oscuras pero son caóticas. Los paros nacionales ya no movilizan masas, pero los conflictos sociales en el campo pueden afectar un punto del PBI. La noción más deseada es “emprendimiento” mientras subsiste la pobreza. La nuestra es una sociedad con más energía pero sin liderazgo. Si antes nos sentíamos perdedores, ahora estamos algo más que atolondrados.
Es probable que estemos en una nueva agonía. Son los manotazos de ahogado de una generación que ya quemó todas sus oportunidades. La clase empresarial –que ya era vista por la gente con desconfianza– está jaqueada por su corrupción y su inefectiva responsabilidad social. La clase política –y sus instituciones– está sumida en la división y en un desprestigio incurable.
Las principales instituciones de la sociedad civil brillan por su incapacidad para renovar la agenda nacional. La prensa y la televisión pierden sostenidamente sus públicos, aceptando a regañadientes su creciente insignificancia comercial. Y las redes sociales dedicadas a los temas públicos huelen a desagüe. Todo, agotado.Ya sucedió antes. Cuando el partido populista más antiguo de Sudamérica quebró al país sumiéndolo en una incomparable depresión nacional. Cuando IU, la izquierda legal más grande de la región, se derrumbó por sus propios vicios (caudillismo, sectarismo, dogmatismo). Cuando el frente de derecha más popular que hubo –Libertad– fue derrotado por un desconocido que supo encontrarse con el hartazgo popular. Cuando gran parte de los grupos económicos dominantes no pudo responder a la apertura del mercado debido a su rentismo terco y descarado. ¿Semejante, no?
¿Será el preludio de algo nuevo? ¿Emergerá una nueva generación para enfrentar a este mediocre (des)orden nacional? ¿Serán, por fin, mejores o seguirán mal las cosas?
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