Cuando un amigo me avisó, ayer, que el fiscal José Domingo Pérez me convocaba como testigo por el caso Cocteles, pensé que sería como testigo para su boda y para tomar algún coctel después del acontecimiento, porque, la verdad, hasta este momento no tengo la menor idea de por qué este personaje tan peculiar me ha invocado para ese rol, más aún en la misma ingrata y sorpresiva compañía que el funesto Vizcarra, además del exasesor vizcarrista Iván Manchego y el experto suizo Stefan Lenz (un par a los que no conozco de nada). Todo me pareció tan absurdo en esos instantes que hasta me acordé de Fui testigo de un crimen, una película con el entonces niño actor prodigio Mark Lester, que vi cuando era muy chico en 1970 (¡qué viejo que estoy!). Horas después accedí al video de la audiencia y me generó hasta gracia escuchar como Pérez pronunció enfáticamente dos veces mi segundo apellido como si fuera el mismo que aquel del cantante Miguel Bosé (la verdad, ya estoy acostumbrado a eso desde el colegio. El mío es el germánico Bosse y no lleva esa tilde final).
¿Por qué Pérez lo hace? Estoy seguro de que para fastidiar y amedrentarme, porque soy de los pocos periodistas que siempre han sido críticos con él y no le he tenido miedo ni devoción como muchos otros. Tampoco me extrañaría que el malvado de Gustavo Gorriti estuviese detrás de esta movida, ya que a este Mefistófeles criollo le deleita tirar gratuitamente cubos de basura a los demás (lamentablemente, los términos “testigo” y “procesado” le son lo mismo para tanto ignorante, bruto, lenguaraz y maledicente que padecemos en las redes).
Me señalan que, de aceptar el jurado el pedido de Pérez (lo que muy posiblemente harán por ahorrarse el trabajo de contradecirle), yo vendría a ser el testigo número 1,032 dentro de la inmensa e insólita lista de lavandería de testigos que ha presentado Pérez y que va a generar que este juicio dure un mínimo de cinco años. Invocando a su colega Vela… ¡No tengo vela en ese entierro!