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¿Triunfó el posmodernismo? (II)
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El movimiento woke (del despertar) busca hacer olvidar que las conquistas cívicas, socioeconómicas, laborales e identitarias que permitieron a minorías discriminadas durante siglos alcanzar la igualdad ante la ley fueron logros graduales, producto de la evolución y no de revoluciones, ocurridas en el mundo capitalista democrático occidental.
Hoy, grupos de izquierda radical progresista intentan apropiarse de estas causas, proponiendo métodos radicales para fomentar los derechos de las minorías. Sin embargo, es importante recordar que la primera Convención Feminista de la historia, que luchó por derechos de la mujer como el sufragio, no se organizó durante la época de la Comuna de París, sino en la Nueva York de 1848. Asimismo, las primeras conquistas laborales, logradas por las protestas de sindicatos en 1886, que resultaron en la reducción del horario laboral y el primer matrimonio gay aceptado legalmente en la historia se celebró en Dinamarca y no en La Habana, en 1989.
Los “posmodernistas” (antes) y el movimiento woke (hoy) tratan de desprestigiar los grandes aportes del mundo occidental democrático capitalista en avances socioeconómicos e identitarios para las minorías sociales. Algunos intelectuales posmodernos, desde las aulas de clases, lograron propagar una visión tergiversada de la historia y la cultura occidental.
Por supuesto, el imperialismo, el neocolonialismo, la explotación laboral y muchos otros males surgieron con el capitalismo, pero no son ajenos a la historia y la ideología comunista del pasado y actual. Sin embargo, los posmodernistas lograron crear una narrativa para el siglo XXI que deconstruye todo intento de análisis racional de la historia y la transforma en una eterna y simplista lucha entre opresores (hombres blancos, occidentales, capitalistas, heterosexuales, judíos y cristianos) vs. oprimidos (comunidades identificadas por género, orientación sexual, mujeres, razas y grupos étnicos no blancos).
El posmodernismo se traduce en una narrativa neomarxista que gana fuerza por no basarse en las siempre, defectuosas experiencias históricas, sino en una visión idealista utópica.
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