Que recuerde, desde que tengo uso de razón, las elecciones presidenciales siempre han sido seguidas con mucho interés por los medios de comunicación. Es así que desde niño ha sido hasta una tradición en casa el debate de sobremesa sobre las elecciones presidenciales en EE.UU. y los potenciales candidatos que se erigirían en la presidencia del país más poderoso del mundo; desde las elecciones que ganó Reagan, luego Bush y Clinton en el siglo pasado, hasta las candentes elecciones de Bush hijo, y el contundente triunfo de Obama, y volviendo nuevamente con alguien tan controversial como es Trump, que después de Biden vuelve a la Casa Blanca por los próximos cuatro años.
Muchos no esperaban un triunfo de Donald Trump, menos después de sus desatinadas expresiones machistas, misóginas y hasta homofóbicas en el cierre de campaña, que además ridiculizaban a los puertorriqueños y, sobre todo, amenazaban a los migrantes con retornarlos a sus países, en especial a los millones de latinos que han logrado constituirse como ciudadanos americanos, no solo pagando sus impuestos sino también contribuyendo al PBI americano de manera muy considerable que sostiene al imperio.
Y ahí viene la pregunta, ¿por qué votan aun así por Trump, si justamente representa todo lo contrario a los valores americanos?
Varias respuestas. Es evidente que el discurso conservador tiene pegada y genera expectativa en un mundo donde se ha conquistado los derechos ciudadanos y el reconocimiento de las libertades individuales por parte de los Estados, es un avance importante para el desarrollo de la humanidad. Pero, así mismo, hay un sector tradicional que cree en los supuestos valores de familia, pero solo si es heterosexual; son enemigos de las propuestas de las libertades individuales.
Pero no ha ganado solo el voto supremacista blanco, que se creía que estaba vencido después de la conquista de los derechos civiles hace más de 50 años, que marcó una época nefasta para las personas de color que tuvieron que soportar la marginación, discriminación y exclusión social que hoy avergüenza a la propia sociedad americana.
Al parecer, hasta a nuestros propios connacionales que tienen la “green card” no les importan los otros compatriotas latinoamericanos que se arriesgan a ingresar ilegalmente a los EE.UU. y son reprimidos violentamente. Con Trump la situación migratoria se pone color de hormiga; súmenle el negacionismo con el cambio climático, el cocktail está servido para un último brindis.