Estados Unidos es la economía más grande del mundo, con un PBI de casi US$30 billones. En el comercio mundial representa el 13%. En ese contexto, desde el pasado 20 de enero en que Trump asumió la conducción de la nación más poderosa del mundo, se ha embarcado en una guerra comercial, bajo la proclama de la verdadera independencia del coloso del norte, que pasa por el relanzamiento de la manufactura nativa, para superar su déficit comercial; sin embargo, lo que han originado las políticas extremistas aplicadas por el régimen es la pérdida de dinamismo de la economía estadounidense y desequilibrios en la economía mundial. Para JP Morgan, la guerra comercial es suficiente como para llevar la economía mundial a una recesión.
Moody’s Ratings señala que los aranceles impuestos probablemente ralentizarán significativamente el crecimiento económico global. En efecto, no solamente es el impacto de dichas medidas en la producción, en el valor de los bienes y servicios y los mercados bursátiles, sino también el mismo efecto pernicioso de desconfianza e incertidumbre que ha generado nerviosismo en los mercados económicos y financieros.
La suspensión temporal de la gran mayoría de los mal llamados aranceles “recíprocos”, tras la caída de las bolsas mundiales y la venta masiva de los bonos estadounidenses, no servirá de mucho, ya que los bruscos movimientos de las bolsas, un importante aumento de la volatilidad, y el repunte de los “spreads” de crédito, reflejan el potencial desestabilizador de las medidas anunciadas.
Este aumento de volatilidad, fruto de una mayor sensibilidad de los inversores a las noticias de actualidad y a las disputas arancelarias, seguirá siendo el factor clave que determinará las perspectivas económicas mundiales, con impacto en la inflación y en el crecimiento económico.
Para afrontar estos hechos, el Perú no debe mirar el problema solo desde el ángulo de Tratado de Libre Comercio con el país del norte. El tema es más complejo. Sin duda, nos afectará el coletazo de esta guerra de titanes. Debemos tener en cuenta, que el PBI de Estados Unidos y China representa US$48 billones, cifra cercana a la mitad del PBI mundial que en 2024 alcanzó los US$110 billones. De esta manera recobra vigencia el viejo adagio que traspolado a estos tiempos rezaría “cuando estos países estornudan, a las pequeñas economías les da pulmonía en un mundo globalizado”. Entonces, nuestros gobernantes tienen que asumir un rol activo, anticipándose a las transformaciones estructurales. Para ello, debemos ser ágiles para adaptar y ejecutar planes estratégicos alineados con la nueva realidad de los mercados.