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Un año desolador
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El adjetivo ‘desolador’, según el Diccionario de la Real Academia, refiere a “extrema aflicción”. De la multitud de adjetivos que podrían resumir el 2020 (aciago, perdido, espantoso, “horribilis”, etc.), el que propongo creo que es el que mejor define la situación de extrema tristeza en la que vivimos, desde todas las perspectivas, este final de año.
Recorriendo mi particular hemeroteca, descubro que en diciembre del 19 ya advertía sobre lo que se nos venía encima, aunque todavía no había aparecido la palabra ‘pandemia’. Apenas dos o tres semanas después, reflexionaba sobre la importancia de luchar todos a una para atajar el virus. Sobre la necesidad de ser, personas y países, solidarios.
Ahora, si no nos podemos felicitar por las Pascuas; si no debemos reunirnos con todos nuestros seres queridos al mismo tiempo; si hay que cenar a solas, o almorzar sin la bulla familiar propia de estas fechas, es porque hay que demostrar que después de estos largos meses, hemos sido capaces de entender que esto no se resuelve a base de egoísmos, ni de negacionismos absurdos.
Acaba un año para el que no nos educaron. Para el que las empresas o los proyectos de inversión no habían hecho las reservas de rigor. Un año que pocos responsables políticos han aprobado. Porque no solo no estaban preparados. Tampoco quisieron hacerlo, en los cortos plazos que el aviso de pandemia les brindó.
Miro con envidia esas imágenes de los chinos de Wuhan que se vuelven a reunir por millares sin mascarilla; que bailan, que cantan, que… ¿se burlan de Occidente?
Si ellos han podido, nosotros también. De momento, se ha logrado en menos de un año lo que se afirmaba que era imposible: tener una vacuna. Tenemos tres. Feliz 2021. Será mejor.
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