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Un magnicidio muy peruano
“Perú tuvo también su magnicidio: el joven aprista Abelardo Mendoza Leiva asesinó a tiros en 1933 al presidente Sánchez Cerro a la salida del entonces hipódromo de Santa Beatriz’'.
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Esa jefa del Servicio Secreto gringo que tan estrepitosamente fracasó en proteger a Trump debería llamarse Inés Tello en lugar de Kim Cheatle por la manera obscena como se aferra a su cargo, tal como esa anciana no quiere abandonar la JNJ. Es increíble como Cheatle no ha presentado aún su dimisión. Estamos hablando de una hiperpotencia como EE.UU., no del folclórico Perú, donde a nadie le asombró que dos mujeres le jalasen el pelo a Boluarte en enero pasado, cuando esta eterna desacertada se puso a tirar caramelos en Ayacucho.
Perú tuvo también su magnicidio: el joven aprista Abelardo Mendoza Leiva (19 años) asesinó a tiros en 1933 al presidente Sánchez Cerro a la salida del entonces hipódromo de Santa Beatriz, después que este pasó revista a las tropas que iban a ir a la guerra que iba a generalizarse con Colombia por la disputa generada por la toma peruana de Leticia (y que el asesinato abortó). Tiempo atrás (marzo 1932), Sánchez Cerro se había salvado de milagro después de que el aprista José Melgar le disparase en la iglesia del parque central de Miraflores. La bala estuvo dirigida al corazón, pero rebotó en el estuche de metal de los anteojos del mandatario y se desvió al pulmón.
Volvamos a Mendoza. Este se apoyó en la capota del auto presidencial y desde allí disparó a bocajarro contra Sánchez Cerro. Hubo probablemente una conspiración a lo gringo, pues muchos testigos mencionaron que vieron a unos tiradores que dispararon desde unas palmeras. El auto presidencial registraba ocho impactos e incluso se especulaba que el tiro que mató al mandatario no había salido del arma de Mendoza, que fue cosido a balazos (13 impactos) y rematado a lanzazos por la guardia. En la confusión hubo un policía muerto y cinco uniformados heridos. La investigación posterior fue muy desordenada y no hubo muchas ganas de indagar más, culpándose únicamente a Mendoza. Como incidente típicamente peruano, un espectador pretendió robarse el arma caída de Mendoza para después revenderla.
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