Ayer fue de esas fechas cruciales que pasan desapercibidas en el Perú: se cumplieron 49 años del derrocamiento del dictador Velasco por su entonces premier Morales Bermúdez. Velasco, no solo había destrozado la economía con sus absurdas reformas, su endeudamiento externo y su insostenible tipo de cambio fijo, sino que estuvimos, además, muy cerca de ser una segunda Cuba. Y lo peor es que el dictador ya se hallaba muy disminuido desde que se le había amputado una pierna, pero seguía con sus delirios de atacar Chile. Una versión bastante creíble es que planeaba atacar al debilitado Chile en septiembre de 1975, reconquistar solamente Arica en menos de un mes, obtener el bastón de mariscal por su victoria y dejarle el poder a su delfín, Tantaleán, el todopoderoso y fascistoide ministro de Pesquería, el siguiente 3 de octubre en que se conmemoraba su golpe de 1968.
Contra esa propuesta se alinearon dentro del Ejército las otras dos tendencias rivales del tantaleanismo: los rojos, encabezados por Fernández Maldonado y Leónidas Rodríguez, contra los “institucionalistas”, que eran ideológicamente ni chicha ni limonada y eran liderados por Morales Bermúdez. La derecha uniformada era casi inexistente en el Ejército (salvo por Bobbio Centurión —que se sublevaría tiempo después en la Escuela Militar de Chorrillos contra sus colegas rojos— y el “gaucho” Cisneros), pero se había mantenido preponderante en la Marina y había reconquistado la FAP tras la salida del incondicional velasquista Rolando Gilardi. Además, las FF.AA. estaban muy preocupadas por el deterioro mental de Velasco, que se manifestó en la absurda nacionalización de la Marcona Mining, ese julio, cuando hasta los militares rojos se habían opuesto porque esa mina ya revertía pronto al Perú.
El dubitativo Morales Bermúdez había viajado a Tacna por un aniversario más de su reincorporación al Perú; y allí, animado por Baco, se sublevó exitosamente contra un Velasco al que no defendió nadie (además, Tantaleán estaba de viaje).