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Lo urgente y lo importante
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Tal como estaban dadas las cosas, el diálogo del gobierno con las fuerzas políticas tenía dos oportunidades de no pasar al universo de la intrascendencia: o la agenda se centraba en lo importante o se convertía en la vía perfecta para resolver lo urgente.
¿Qué es lo urgente en este contexto? Está claro que devolver un poco de calma, presentar un panorama más claro para mantener el ritmo económico deseado y establecer las condiciones para un último año de gobierno viable y mínimamente predecible. ¿Cómo se conseguía eso? Escuchando los pedidos de la oposición sobre cambios estratégicos en el gabinete que bajaran las tensiones. Pero, como sabemos, eso no ocurrió. Y, una vez más, Humala apeló a la extraña estrategia de alargar el fatal desenlace: al final seguramente se producirán los cambios cuando ya todo esté tan ruinoso que no quede nada por salvar.
Lo importante era menos efectista: lo hemos dicho antes, se trataba de comprometer a las fuerzas políticas presentes con dos o tres reformas fundamentales para el país. La jugada habría sido maestra: el Perú ganaba las reformas que necesita para salir adelante y los renuentes al diálogo habrían tenido que acatar el gesto de madurez de los que decidieron participar. Pero eso tampoco ocurrió.
Tristemente, la realidad se encarga de recordarnos que la esperanza se pierde al último, pero se pierde siempre. En lugar de ocuparse de lo urgente o lo importante, hasta el momento es una mesa de diálogo que pretende ocultar la cucaracha en la pizza echando una mosca en la gaseosa. Así tenemos medidas que no ayudan en nada (¿cuál es el sentido de que se vaya Roy Gates y se quede Figallo?) o, lo que es peor, que ponen en evidencia el errático rumbo de un gobierno que hace rato naufraga en el mar de sus propias contradicciones (¿se cierra la DINI y se queda Urresti?).
Para otra vez será.
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