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Una joven policía a la que le gusta hacer alarde de su buen cuerpo, pues para eso se mata en el gym, decide usar una ‘app’ de moda para publicar un video donde baila uniformada y luego cambia radicalmente la música, el baile y la indumentaria, por unos más sueltos de huesos y apretados de ropas. Sus superiores la ven en sus pantallitas de 90 centímetros cuadrados –donde ahora cabe entera nuestra vidita de tontos– y deciden castigarla, perseguirla, quejarse de su conducta tan perra, digamos. Reaccionan rapidito los matones de turno, pues utilizar ese evento como cortina de humo es urgente, desde que los vecinos de una madre pidieron ayuda para evitar un feminicidio con niño y bebé incluidos, que obviamente ningún policía barrigón se tomó el trabajo de impedir. Qué flojera correr a la casa de un asesino, mejor seguimos mirando el baile de la tombita, para pegarle, por sapa. Que se jodan las feminazis.
Una señora muy poderosa y adinerada se sienta vestida de rosado en su sofá junto a su árbol de Navidad y Luna, su poodle blanco. Nunca nos habla, pero hoy quiere recordarnos lo injusta que es la vida de los “perseguidos políticos” desde que las prisiones preventivas los afectan a ellos –ah, caramba– y se consuela contándonos que es una maldad que su audiencia se haya programado para el 26 de diciembre, pero que al menos se empujará sus panetones con la familia y luego quién sabe, qué cruel es la realidad. “Pero sí les digo que he decidido hacer una pausa en la política”. Al día siguiente su papi empieza a mover las fichas desde la cárcel, reclutando a lobos vestidos de oveja, para seguir metiéndonos la yuca, vicio familiar incurable. Y es full tendencia su novela. Que se jodan los comunistas.
Francisco Machaca Cari no le suena a nadie, porque es un hombre humilde de 61 años que trabaja en una mina de Nasca que nadie conoce, dedicado a activar explosivos dentro de un socavón, que el sábado pasado terminó devorado por un derrumbe. Salvo los bomberos y un alcalde en muletas, nadie ha acudido a apoyar a su familia en el intento de rescatar su cuerpo. No es tendencia. Una publicación en Internet, de 2005, donde figura su nombre, da cuenta de una lista de mineros artesanales que solicitaron una capacitación en protección por uso de mercurio y cianuro. Catorce años atrás, Francisco Machaca Cari ya pasaba los días dentro de socavones, soportando una colostomía por haber tenido peritonitis. Está muerto el hombre, sus hijos ya no lo dudan, solo quieren darle un entierro digno. Pero era minero informal, no pagaba impuestos, solidarizarse con él se vería feo, malazo. Que se jodan los informales.
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