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La violencia tiene rostro de mujer
“Si no se toma la decisión política de educar bajo nuevos valores de igualdad, libertad y respeto, no habrá forma de detener este dolor”.
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Ayer –por la madrugada– falleció Juanita Mendoza tras más de una semana de sufrimiento y operaciones. Juanita vendía comida en la puerta de su casa en Cajamarca cuando su ex cuñado roció su cuerpo con gasolina y le encendió fuego. Este acto infame se suma a la cada vez más gruesa lista de mujeres que son víctimas de actos inhumanos de violencia. La pregunta que en este diario, sin embargo, nos planteamos es: ¿quién es responsable de tanta miseria?
Por más que desde las tripas nos provoque gritar el nombre del delincuente que acabó con la vida de Juanita, es necesario –imperativo– dar un paso para atrás y empezar a comprender que la ferocidad con la que las mujeres son atacadas en nuestro país no es una adición de incidentes aislados e inconexos de los que de cuando en cuando nos toca saber. En el Perú, la violencia de la que son víctimas las mujeres tiene un origen claro: la forma perversa en la que la sociedad valora el rol de la mujer.
Estamos hablando de esa forma terrible de discriminación que es el machismo, y que por siglos se ha filtrado solo a través de las celosías de algún incidente que pronto es reemplazado por otra tragedia en una inagotable espiral de náusea. Y el asunto no pasa únicamente por indignarnos de manera colectiva y por pedir sanciones cada vez más drásticas para los perpetradores de cada barbarie. Ha llegado la hora de empezar a combatir al machismo desde su propia raíz y en todos sus niveles.
Porque la cantidad de años que cada uno de estos hombres pase en prisión es menos importante que evitar que los millones de mujeres que conforman este país se conviertan en las próximas Juanitas. Sucede que la única forma de prevenir miserias como la que aquí mencionamos es deconstruir con coraje y sin pudor los propios cimientos sobre los que nuestra sociedad se ha alzado. Quizás esa sea la gran batalla que la generación de peruanos que hoy se adulta tendrá que librar.
Si no se toma la decisión política de educar bajo nuevos valores de igualdad, libertad y respeto, no habrá forma de detener este dolor. Porque los hombres creen que las mujeres son suyas y pueden hacer con ellas lo que quieran. Y no, señores. Estamos en el siglo XXI.
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