Dicen que Alemania no pudo tomar Stalingrado porque le venció el invierno ruso en 1943. Pero bien comidos y abrigados no habría habido problema. Perdió porque su centro logístico estaba a miles de kilómetros. Los alimentos y las municiones tardaron en llegar. El ejército alemán se tuvo que rendir. La batalla había cobrado dos millones de muertos. En otro caso, Leningrado fue cercada por el ejército alemán en 1941. Al acabarse las raciones, la gente comía lo que podía: caballos, perros, ratas, prójimo. Un millón murió de hambre y frío. Sin embargo, el ejército soviético mantuvo una ruta de abastecimiento, el lago Ladoga. Cruzándolo, con naves en verano y camiones en invierno cuando se congelaba, llevaba algo que comer. Le llamarían la “carretera de la vida”. La ciudad resistió y el cerco se rompió 900 días después. Sin suministros, el mejor ejército de la historia fue derrotado. En cambio, una ciudad asediada sobrevivió porque, aunque con poco, siguió nutriéndose. En las guerras valen la estrategia, la fuerza y el heroísmo, pero finalmente se ganan con alimentos y se pierden por hambre.