Alianza Lima volvió a depender de sí mismo para, por lo menos (y sin merecerlo), discutirle el título nacional a Universitario de Deportes y así evitar el bicampeonato en el año del centenario, pero no pudo hacerlo por infinitos factores, que van desde no tener una cabeza clara, darle la oportunidad de ser gerente deportivo a un practicante, elegir dos comandos técnicos con estilos totalmente opuestos y traer a fraudes disfrazados de jugadores.
Todo eso ya lo sabemos, pero nunca está de más recordarlo antes de que la euforia por los partidos de la bicolor nos consuma, nos distraiga y, en Matute, hagan como si nada o, peor aún, pateen el tablero como en cada temporada que no se gana nada. Y es que así viene siendo desde que el club fue tomado por el Fondo Blanquiazul, donde unos tres, cuatro, cinco o seis encorbatados juegan con la ilusión, el amor y, sobre todo, con las entradas de la hinchada.
Y ese, el que sean unos NN (hasta ahora no revelan quién es quién), no debería de ser el problema, pues los más grandes gestores son los que delegan, pero —precisamente por eso— lo es. Porque inventan con Marulandas y Marionis, que parece (parafraseando a Paolo Guerrero), que se sientan en su sala, prenden la Play, y “redescubren” a los Leitons, a los Andrades, los Bigotes y los De Santis. Todo por lo que les dice su app de scouting, en vez de pararse e ir a ver.
Eso de viajar o preguntar por tal o cual parece ser mucho trabajo o, tal vez, siendo buenos, los practicantes no sabían que así también se podía hacer. Y esto es irrefutable, pues en los últimos cinco años, para no ser malos, ¿qué jugador que Alianza haya fichado se ha quedado? Quitando los regresos de Guerrero o Zambrano, el único fue Barcos ¡Y ni querían ficharlo! Entonces, ¿ahora qué hará Alianza? ¿Volver a despedir 11 jugadores? Al Fondo Blanquiazul: ¡Ya es hora de que respeten los colores de Alianza y se vayan!