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Arequipa, Orgullo y Presencia.
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En defensa del carácter volcánico
POR CECILIA VALENZUELA
DIRECTORA
Es agosto y Arequipa festeja. Sus mesas coloridas, habitadas de aromas y sabores picantes se lucen mestizas y provocadoras, convocantes para reunir a los arequipeños que regresan, a los que nunca se han ido y a los que viviendo lejos nunca se irán. Por las noches, nadie siente frío, el sillar exhala, sutil, el calorcito que se guardó del día, cuando el sol radiante estuvo castigando su rigor monumental.
Es agosto y el ánimo es de celebración. Sin embargo, en el día a día, los arequipeños orgullosos de nuestra tierra, nuestra comida, nuestra tradición, somos también dueños de un gran sentido de realidad y de compromiso con el trabajo: dos valores que caracterizan nuestro espíritu. En cuanto a nuestro carácter, fuerte, infatigable, tiene tanto de temperamental como de telúrico. La claridad de nuestro cielo, el blanco de nuestra piedra, la altura sobre la que está construida nuestra ciudad, con frecuencia nos provoca un mudable y casi imperceptible dolor de cabeza que frunce ligeramente nuestro ceño y nos obliga a mantener muy alerta nuestra mente, con el consecuente mal humor que una situación de estas características depara. A esta condición se la conoce como “nevada” y me aventuro a afirmar que es la responsable de que los arequipeños no aguantemos pulgas, no nos andemos con sutilezas y no tengamos suficiente paciencia.
Sobre la “nevada” como un fenómeno atmosférico que influye en el carácter de los arequipeños escribió, en serio, el sabio e ilustre arequipeño Edmundo Escomel Hervé a inicios del siglo pasado en su libro Arequipa et sa physionomie climatérique, la edición está en francés y cito fragmentos de la traducción que hace Carlos Estela para la editorial Madrepora: “Muchas veces al año, la atmósfera de Arequipa presenta un estado particular, del cual no se ha dado cuenta lo suficiente… Es conocido como “nevada”, apelación extraña que no obedece en nada a su significación… Desde el punto de vista patológico, la “nevada” se caracteriza por un estado atmosférico que actúa sobre una gran cantidad de habitantes produciéndoles un estremecimiento que se traduce tanto por una excitación como por una depresión del sistema nervioso… Es necesario recalcar que durante esos días los individuos están cargados de electricidad, a tal punto que es muy fácil hacer brotar chispas frotándose los cabellos con un peine”.
La lingüista Martha Hildebrandt, por su parte, la describe en su sección El Habla Culta, en el diario El Comercio, así: “En nuestro castellano sureño nevada también significa…'mal humor atribuido a los habitantes de la ciudad de Arequipa’. Ejemplo de este último uso: ‘Nadie se extraña ni enoja, pues todos entienden que este hombre está con la nevada y que mañana será otra vez el benigno mortal de costumbre’”.
Empero, lo que la tradición manda es que un arequipeño puede tener “nevada” en cualquier lugar del mundo en el que se encuentre. No en vano nació al pie del Misti, el volcán más hermoso y elegante que se haya visto, el novio gigante de una ciudad cuyo sello ha marcado, desde su fundación, la laya de un pueblo rebelde, osado y valiente.
Feliz día Arequipa, ciudad orgullosamente mestiza, donde se vive una peruanidad integral. Hoy el ajo, el rocoto y la cebolla, grandes insumos de tu gastronomía, que llegaron para enraizarse en tu magnífica campiña y representan la mixtura de tu origen, se dan la mano con el desierto, el río, la montaña y el mineral, con tus aguas termales y tu piedra volcánica para celebrarte. Para decirte que eres inmortal.
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La poesía del retrato arequipeño
POR DIANA QUIROZ
La fotografía llegó a Arequipa alrededor de 1860. Su presencia, como en tantas otras ciudades del mundo, fue transformando la visión que hasta entonces se tenía de la sociedad. Aliada del progreso que ya se hacía sentir en la ciudad del Misti durante las décadas finales del siglo XIX, el arte fotográfico iba cobrando fuerza a través del retrato. Basta con saber que a nivel global nueve de cada diez imágenes fotográficas producidas en aquel siglo pertenecieron a este género.
Precisamente esta práctica, llevada a la categoría de obra de arte en tierras arequipeñas, es el tema central de la investigación realizada por Andrés Garay Albújar y Jorge Villacorta entre 2002 y 2007. “Logramos ver centenares de imágenes en álbumes fotográficos de familias arequipeñas. La variedad y riqueza del retrato fue asombroso”, apunta Villacorta. Así nació Un arte arequipeño: Maestros del retrato fotográfico, libro que tras un largo derrotero hizo posible su publicación gracias al oportuno financiamiento de la minera Cerro Verde.
El repaso cronológico inicia desde 1872, con la llegada del alemán Carlos Heldt a Arequipa y la formación de su es - tudio; pasando por el esplendor artístico alcanzado con Emilio Díaz y Max T. Var - gas, entre 1905 y 1914; y la relevancia en las décadas posteriores de los hermanos Carlos y Miguel Vargas, así como del puneño Martín Chambi, quien consideró a la Ciudad Blanca como su alma mater.
¿Cómo resumiría el panorama arequipeño antes del apogeo de la fotografía en la ciudad?
Se caracterizó principalmente por una actividad de fotógrafos errantes o tras - humantes. Arequipa era una plaza muy atractiva para los fotógrafos.
En esas circunstancias, ¿qué significó para Arequipa y sus pobladores el retrato fotográfico desde finales del siglo XIX e inicios del XX?
Los fotógrafos arequipeños Emilio Díaz y Max T. Vargas empezaron una movida más localista cuando inauguraron sus estudios en 1896. Las exposiciones anuales del Centro Artístico de Arequipa (CAA) ya reunían obras fotográficas de participantes en certámenes bien organizados, que atraían tanto a profesionales como a aficionados, todos en pos de reconocimiento y lucimiento personal. Desde 1890 hasta entrada la tercera década del siglo XX, las exposiciones del Centro Artístico fueron un espacio de culto en torno a la fotografía, con el retrato como el género dominante en el gusto de la época. Sin embargo, el máximo galardón que obtuvo Emilio Díaz fue internacional: una medalla de cobre por sus retratos fotográficos en la Exposición Universal de París en 1900.
Más allá del retrato, ¿qué estilo o temas fotográficos atraían las miradas arequipeñas?
La fascinación que ejerció la fotografía también abarcó sus usos científicos, que fueron objeto de maravilla. El Observatorio Astronómico de Carmen Alto, de la Universidad de Harvard, fundado en 1890, presentó fotografías de la Luna, nebulosas y estrellas en el certamen de 1899 del CAA, que cautivaron al público arequipeño y ganaron la más alta presea.
El libro resalta a seis maestros de la fotografía. ¿Cuáles fueron sus puntos en común y el aporte individual de cada uno de ellos en una ciudad que iniciaba su camino a la modernidad?
Todos ellos fueron fotógrafos profesionales del retrato. Heldt le enseñó fotografía a Emilio Díaz; Díaz fue competencia directa de Max T. Vargas; Max T. Vargas fue maestro de Carlos y Miguel Vargas y de Martín Chambi. Estos últimos se consolidan como modelos del fotógrafo profesional empresario y artista en el siglo XX. Cada uno logró en el retrato un nivel de fotogenia propio, con amplia aceptación y demanda en sus públicos.
¿Cuál diría que es la influencia de estos maestros en las generaciones posteriores de fotógrafos tanto en Arequipa como en el Perú?
La influencia directa en generaciones posteriores no ha sido estudiada aún. El retrato es un género extremadamente difícil. Pero nosotros afirmamos que fue en la propia Arequipa, con estos maestros, que hubo un desarrollo especial, una evolución, una sucesión directa de conocimientos y estéticas propias de una escuela. La labor del Centro Artístico fue crucial y ayuda a comprender que el retrato, un objeto de valor singular, tuvo un rol público de afirmación colectiva de identidades.
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Recuperación de especies nativas y reforestación
POR DIANA QUIROZ
Cada 6 de enero, desde la época colonial, la sacudida de los perales es un rito infaltable en Tiabaya. Según la tradición, cada familia debe comprar con anticipación un peral para que el patriarca del clan agite con fuerza las ramas del árbol hasta que sus frutos se desprendan. Las perillas, como se llama a la variedad de peras oriundas de la zona, son recogidas por los niños. Se dice que en siglos pasados las 40 huertas del distrito llegaron a albergar más 15 mil perales. Tras la faena se solía preparar diversos potajes, entre ellos la timpusca, un caldo elaborado con carne de cordero, papas, choclo, cochayuyo, patasca, habas y, por supuesto, peras.
Desgraciadamente, las cosas han cambiado dramáticamente. Ya no existen aquellos numerosos y frondosos perales de antaño, ahora desde un andén las autoridades municipales lanzan a la población las peras atiborradas en cajones o estas se cuelgan de los árboles. Ante tal situación, como parte del programa de desarrollo sostenible de Cerro Verde, un grupo de especialistas se ha impuesto la tarea de rescatar esta añeja costumbre agrícola y gastronómica haciendo un trabajo de propagación in vitro de la pera perilla.
A inicios de 2022, tras la recolección de tallos se descubrió que los árboles son bastante añejos —tienen alrededor de 200 años— y que dentro de ellos crecen patógenos que están mermando la producción y han afectado el crecimiento normal de esta especie. En los laboratorios se hizo un trabajo de limpieza que permitió liberar de enfermedades a las muestras tomadas. A estas alturas del año ya se tiene una buena cantidad de plantoncitos sanos y fuertes de perales que en algunos meses serán donados a los agricultores de Tiabaya para recuperar la tradición original.
Lo descrito anteriormente es solo una muestra de la crucial labor que se desarrolla en el vivero de Uchumayo, lugar que se ha convertido en un centro de investigación, innovación y capacitación. Allí, desde 2008, se han producido más de un millón de árboles para la ciudad de Arequipa, que equivale a 900 hectáreas reforestadas. Actualmente, se entregan 150 mil al año, divididos en árboles forestales y frutales. Los primeros son entregados a las autoridades municipales para la mejora de los espacios urbanos o a instituciones como Serfor y Sernanp. Los segundos forman parte de un programa de reconversión agrícola.
Dentro de sus acciones a favor del cuidado del medioambiente, el vivero de Uchumayo ha trabajado en la recuperación de dos especies que son endémicas de Arequipa: el árbol de la yara y el árbol del cahuato. Su importancia radica en que forman parte del ecosistema desértico de la zona sur oriental de la ciudad y aunque crecen con muy poca cantidad de agua siempre se mantienen verdes. Además, son fuente de alimento para animales mayores como guanacos, burros salvajes, murciélagos y de pequeños insectos que dispersan las semillas, siendo fundamentales dentro de la cadena alimentaria. Las formaciones de los bosques de yara y cahuato se ubican en los distritos de Yarabamba, Quequeña y Mollebaya. Ambas especies han sufrido una disminución considerable de su población debido al impacto que origina el hombre y son consideradas vulnerables. La mayor parte de los más de 20 mil árboles de cahuato y 40 mil de yara producidos han sido plantados en su ecosistema natural.
Otras dos especies fundamentales en recuperación son la emblemática queñua y el árbol de la quina. Los queñuales crecen en las faldas de los volcanes, en la zona del Pichu Pichu. Sin embargo, sus bosques están siendo deforestados para utilizar este árbol como leña, material de construcción o para ampliar el área de pastoreo. Esta realidad y lo difícil que resulta su germinación —de 100 semillas plantadas menos del 10% crece— hizo que el laboratorio de tecnología vegetal de Uchumayo inicie una multiplicación in vitro de los brotes de los tallos de queñua. En dos años de trabajo ya se tiene una producción de más o menos 1,500 árboles. En el caso del árbol de la quina se utilizaron herramientas de biotecnología para hacer germinar semillas que se adecúen al suelo de Arequipa y su baja humedad. Aunque por el momento estos árboles no han podido llevarse al campo — solo crecen en espacios internos—, los esfuerzos por recuperar al símbolo de la riqueza natural en el Perú continúan.
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Arte, muerte y misticismo en el convento
POR DIANA QUIROZ
Hasta hace algunos años una rarísima serie de pinturas descansaba en los interiores del Monasterio de Santa Catalina. Esta reunía retratos post mortem de las monjas del convento, ejecutados al día siguiente de su deceso. La encargada de recuperar las invaluables piezas artísticas que documentan las costumbres de la vida en los claustros fue la restauradora Isabel Olivares, por entonces jefa del departamento de Conservación y Museología del convento. Junto a su equipo y gracias al apoyo de la minera Cerro Verde, se recuperaron 15 retratos.
“Una serie humilde, cada obra de aproximadamente 40 por 30 centímetros. Se puede decir que, en algunos casos, hasta pobre en cuanto a su ejecución, pero tan llamativa como inusual”, sentencia la experta. Solo Colombia —siete años después de lo hecho en Perú— ha difundido la existencia de obras en la que la muerte sella el encuentro definitivo de estas mujeres con Cristo. En México, precisa Olivares, también existe una serie parecida, pero con religiosas retratadas en vida. Los trabajos de restauración de los cuadros, que datan del siglo XVII hasta finales del XIX, concluyeron en 2009. En 2013 fueron expuestos en la Sala de Profundis de Santa Catalina y a decir de la restauradora “el financiamiento de la minera no solo cubrió el íntegro de esta labor sino también los costos del catálogo de la muestra, que se convirtió en un vestigio público a favor de nuestro patrimonio y su difusión”.
¿Qué se sabe de esta costumbre fúnebre poco extendida?
Al parecer era algo que hacían las monjas de clausura. En México también existe una serie de retratos de monjas, pero son de cuando recibían los votos, muchas de ellas jovencitas y lindas, con su nuevo hábito. Pero en el Perú, hasta donde yo sé, la costumbre solo se daba en el convento de Santa Catalina. Creo que también hay un par de retratos en el convento de Santa Teresa, también en Arequipa. Si seguimos con la idea de que esta era una costumbre de las monjas de clausura tal vez haya retratos de este tipo en el convento de Santa Rosa, que aún sigue siendo supercerrado.
¿En qué estado encontraron estos retratos?
Cada obra había sufrido diversos daños. Pero en general estaban en un estado de conservación medio. La idea era restaurarlas, ni siquiera cambiarles los bastidores originales de madera, solamente conservar la pintura que con el paso del tiempo sufren contracciones y dilataciones y esta se va soltando, se deforma. Lo que se trató de hacer principalmente fue fijar el estrato pictórico. Nosotros hemos tratado de ser de lo más respetuosos con el cuadro. Hemos limpiado el polvo y desechos de insectos. También hemos retocado, pero muy poco.
¿La serie tenía alguna peculiaridad en su ejecución?
En alguna se vio que se había reutilizado el soporte, es decir sobre un lienzo ya pintado se hizo el retrato de la monja. Eso es porque en esa época no se conseguían con facilidad las telas para pintar, entonces estas se reutilizaban. Inclusive en alguna radiografía que se tomó se ve claramente que detrás de la pintura más reciente estaba la imagen de una virgen. Había muchos retratos de diferentes calidades, pero casi todos con fecha y lugar de ejecución. Los más antiguos parecían estar hechos no sé si con una plantilla, pero tenían el mismo color de fondo, la misma composición.
¿Eso quiere decir que con el tiempo estas obras tuvieron una evolución, tanto en el fondo como en la forma?
Después de un tiempo se dio el uso de colocar una corona de flores a las monjas retratadas. También se habla de que en el último tramo de esta costumbre de pintar monjas muertas se adicionó algo así como un arabesco, una especie de listoncito con los colores de la bandera del Perú que pertenecía a las monjas que fallecieron en la época de la fundación de la república del Perú. Esas cosas son curiosas y peculiaridades del contexto. También hay algunos “arrepentimientos” como se suele llamar a los cambios repentinos que hace el pintor. Es decir, primero le quería poner la mano de una determinada manera y luego lo cambia por otra. Con el tiempo ese trazo suele resaltar.
Particularmente, ¿hubo algún retrato que llamó poderosamente su atención?
El más antiguo, que pertenece a una monja que parece viva porque está con los ojos abiertos. Este es el único que no tiene leyenda y se dice, según la tradición del monasterio, que se trata de una monja boliviana que llegó caminando a Santa Catalina. Otra curiosidad es que en la serie hay un solo retrato de una monja viva, le pertenece a una priora.
¿La iniciativa para restaurar los retratos fue suya?
A mí me gustaba la serie por sus curiosidades, me llamaban mucho la atención. Precisamente por eso era urgente conservarlas. Pero hay muchas pinturas antiguas en el convento y se necesitan varias vidas para restaurarlas. La mayoría necesitan un tratamiento de conservación cada 10 años porque las condiciones en las que se guardan no son favorables, por la luz, el polvo o la temperatura. Felizmente en el caso de los cuadros de estas monjas no es necesario restaurarlas con tanta frecuencia.
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Santa Marta, un rescate monumental
Después de la Catedral de Arequipa el templo de Santa Marta es uno de los espacios religiosos más antiguos, imponentes y vitales para la historia de la Ciudad Blanca. Construido a finales del siglo XVI fue hasta la década del setenta el lugar preferido, por tradición y por fe, para el bautizo de sus habitantes. Durante muchos años se le conoció como Parroquia de Indios, pues inicialmente el objetivo de la edificación colonial era evangelizar y administrar sacramentos a los indígenas de las zonas aledañas.
La antigua ermita de Santa Marta, donde se erigió esta iglesia, alberga el culto en honor al Señor de la Caridad, cuya imagen sagrada habría sido un obsequio del rey Carlos V. Se sabe también que los sucesivos temblores que azotaron Arequipa destruyeron la iglesia original y que entre los siglos XVII y XVIII la orden Carmelita se encargó de restaurarla y embellecerla. Posteriormente, se realizaron diversas ampliaciones que pudieron sortear peligrosos movimientos sísmicos. Sin embargo, en junio de 2001, un terremoto de 6.9 grados de magnitud dañó de manera considerable la estructura del templo. Desde entonces hasta septiembre de 2019 las precarias condiciones del recinto obligaron a cerrar sus puertas.
El milagro de la reconstrucción que los devotos arequipeños esperaron durante dieciocho años ocurrió gracias a un ambicioso proyecto liderado por la minera Cerro Verde. Por entonces, la misión de la empresa estaba centrada en poner en valor los templos arquitectónicos de la ciudad. Fueron alrededor de 15 edificios históricos –incluyendo la propia catedral, la parroquia de San Lázaro, la iglesia Juan Bautista de Yanahuara, el convento de Santa Catalina, entre otros— los que recibieron distintas labores de mantenimiento. De todos ellos, solo el templo de Santa Marta requirió un detallado trabajo de ingeniería.
Con el visto bueno del Ministerio de Cultura, la Municipalidad Provincial y el Arzobispado, la ardua tarea se puso en marcha. En seis meses se realizaron reparaciones estructurales en al menos el 60% de la construcción hecha de sillar, adobe y cemento. La torre derecha y la bóveda de la capilla fueron los lugares más dañados. Allí se necesitó la reconstrucción y reforzamiento integral con concreto, acero y fierro, que incluyó al campanario. En la sala de andas y talleres se fortalecieron los muros y se implantaron columnas, vigas y zapatas de concreto armado. Por su parte, los vitrales, mamparas, puertas y ventanas fueron reparados casi en su totalidad.
Mención aparte merece el trabajo que se hizo con la imagen de la patrona de la arquidiócesis. La escultura de Santa Marta, ubicada en una especie de balcón que adorna la fachada de su iglesia, estuvo tan expuesta al excremento de las palomas que con el paso del tiempo no solo desfiguró los rasgos de la santa, sino que creó una capa gruesa de desechos muy difícil de retirar. Para el exitoso rescate de la efigie se requirió la participación de especialistas de Arequipa y de Lima.
Finalmente, con el cambio del sistema eléctrico y de iluminación se ha logrado un ahorro de consumo de casi el 80%. Tanto el sistema de sonido, con micrófonos y consolas para música digital de alta fidelidad, así como la instalación de sensores y cámaras de seguridad, han dotado al templo de una modernidad y eficiencia envidiable. El rediseño y mejoramiento de las áreas verdes, incluyendo el pintado y mantenimiento del cerco de fierro perimetral de la iglesia también sorprendió a los feligreses aquel 15 de septiembre cuando ya recuperada fue entregada al Arzobispado de la ciudad durante una ceremonia litúrgica.
Es importante añadir que el programa de desarrollo cultural de Cerro Verde ha ayudado a que el centro histórico de Arequipa pueda mantener el certificado de la Unesco otorgado a finales del año 2000. Como se sabe, un requisito indispensable de la organización mundial para conservarlo es la preservación de los monumentos que forman parte del área designada como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
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El agua bendita del sur
La ciudad gobernada por el río Chili disfruta de los beneficios del Círculo Virtuoso del Agua, un ambicioso proyecto que ha impulsado la descontaminación, la ampliación del sistema potable y el desarrollo agrícola.
Es la fuente hídrica más importante de Arequipa. Sus 121 kilómetros atraviesan la ciudad y es el principal responsable del ecosistema de la zona. Hasta hace algunos añosel crecimiento urbano y un deficiente alcantarillado ocasionaron que la contaminación del río Chili subiera a niveles alarmantes. Recuperarlo era una tarea imprescindible para el desarrollo y la salud de los arequipeños. Enfocados en esta misión, Minera Cerro Verde junto a las autoridades competentes ejecutaron una serie de proyectos que han permitido la eficiente gestión de las aguas del río. Dan fe de los beneficios obtenidos miles de familias y agricultores que han repotenciado sus cultivos.
El primer paso fue la construcción de tres represas: Pillones, Bamputañe y San José de Uzuña. Luego se financiaron los sistemas de tratamiento de agua potable y la de aguas residuales La Enlozada. Adicionalmente, se construyó y mejoró alrededor de 70 kilómetros de infraestructura de riego, bocatomas y captaciones de agua, que garantizan la limpieza de este recurso durante todo el año.
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Directora: Cecilia Valenzuela. Editor: Jaime Bedoya. Diseño: Juan Vargas, José Sáenz. Fotografía: Javier Zapata, Cerro Verde, “Un arte arequipeño. Maestros del retrato fotográfico” (Andrés Garay, Jorge Villacorta). Marketing: Graciela Rubina. Redacción: Diana Quiroz. Corrección: Eliana Huaco.
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