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Colección del Bicentenario 200 años de la Economía en el Perú: Belaunde: la mala herencia militar y el drama de El Niño
El retorno a la democracia vino con un pésimo legado en materia económica. Fernando Belaunde Terry tuvo que asumirlo, le sumó un gasto incontrolable, luego el shock de la deuda y, además, El Niño llegó muy fuerte.
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Fernando Belaunde Terry llegó a la presidencia del Perú por segunda vez el 28 de julio de 1980, luego de arrasar en las elecciones presidenciales al captar el 45.37% de los votos, con Armando Villanueva del APRA en un distante segundo lugar (27%). Esta vez, FBT, como se le conocía por las iniciales de su nombre, llegaba con un sólido respaldo parlamentario, a diferencia de lo observado en su primer gobierno.
En la Cámara de Diputados su partido, Acción Popular, había obtenido 98 escaños de 180 (mayoría absoluta), mientras que en el Senado obtuvo 26 de 60 curules (a solo cinco de la mayoría absoluta). Fue así como FBT llegó al poder con el control del Poder Legislativo, a diferencia de su primer gobierno que acabó con el golpe de Estado de Velasco.
Esta situación fue de la mano con un mejor panorama para las exportaciones debido a que los precios de los metales se recuperaron mucho entre 1979 y 1980, con la plata en niveles altísimos por la especulación de los hermanos Hunt en Estados Unidos, que llegaron a atesorar gran parte de sus stocks. En esa época también se pusieron en marcha nuevos pozos petroleros en la selva y el Oleoducto Norperuano. La balanza de pagos del país pasaba de comprender reservas internacionales con un saldo negativo de US$1,101 millones en 1977 a US$1,175 millones positivos en julio de 1980.
En paralelo los problemas de estructura fiscal no eran atendidos, la inflación heredada de la dictadura militar no disminuía, la recaudación de impuestos era reducida, los gastos estatales, muy altos y el déficit público seguía muy elevado. Belaunde se caracterizó por el incremento de la inversión pública y de los salarios en el Estado. Entre 1979 y 1982, la primera se duplicó y las remuneraciones aumentaron en 30%.
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El nuevo gobierno no solo recibió una economía con un aparato productivo que arrastraba serios problemas estructurales, sino que además traía altos niveles de inflación, la cual bajó de 66.7% en 1979 a 60.8% en 1980, pero luego subió a 72.7% en 1981. Esto se debió a que se mantuvieron vigentes los subsidios del Estado para alimentos básicos y otros precios internos con la intención de mitigar el impacto de un sinceramiento de sus costos. En 1982, la inflación escaló más y llegó a un elevado 72.9%. También un breve pero intenso conflicto bélico con Ecuador (“Falso Paquisha”), que estuvo a punto de desatar una guerra abierta, consumió muchos recursos públicos.
Una vez que los precios de las exportaciones comenzaron a reducirse a partir de 1981, el segundo belaundismo optó por recurrir a más préstamos del extranjero para sostener el alto gasto público que no tenía financiación interna y generaba inflación por la emisión de billetes para solventarlo.
Pero la fuerte elevación de las tasas de interés estadounidenses hecha por la FED, bajo Ronald Reagan, para eliminar la inflación heredada de Jimmy Carter hizo imposible que los países latinoamericanos pudiesen atender el servicio de su deuda externa (la mayor parte de acreedores eran bancos privados de EE.UU.) y con México comenzó una cesación de pagos que cerró el flujo de dinero fresco y contrajo las economías latinoamericanas.
El Niño que nos hizo llorar
Fue así como el segundo belaundismo ingresó a un periodo económico más turbulento en 1983, cuando se enfrentó a un descomunal fenómeno de El Niño -que se inició en diciembre de 1982 y se extendió hasta junio de 1983- al mismo tiempo que se le secaba el financiamiento externo y por consiguiente el escaso dólar se disparaba frente al sol.
Dicho fenómeno afecta la pesca y el agro al generar cambios en los ecosistemas, además de ocasionar sequías, intensas lluvias y deslizamientos. Algunos son débiles o moderados, pero también los hay fuertes como el que comentamos. Y justamente ese ‘Niño’ fue uno de los más fuertes de nuestra historia, pues tuvo una magnitud comparable con los ocurridos en 1925 (Leguía) y 1997 (Fujimori). Según el Senamhi, fue uno de los diez peores fenómenos lluviosos de los últimos 500 años de la costa norte y hay quienes lo señalan como ‘la madre de todos los Niños’. Tumbes y Piura fueron devastadas, aunque El Niño también llegó a perjudicar buena parte del país.
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“Cuando El Niño alcanza magnitudes extraordinarias destruye parte del stock de capital de la economía y afecta al flujo de la producción de bienes y servicios, todo lo cual genera impactos en el PBI potencial, amplificando los ciclos económicos”, señala un reporte del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) sobre los impactos de El Niño en el Perú.
La agricultura fue el sector más dañado, pues las fuertes lluvias ocurrieron durante la época de siembra y cosecha. Esto ocasionó grandes pérdidas a cientos de miles de familias y empresas productoras de arroz, maíz, azúcar, limón, algodón, papa y tomate, que entonces tenían mucho mayor relevancia para el agro. También la incipiente acuicultura langostinera en Tumbes fue borrada del mapa.
La pesca artesanal y la pesca de anchoveta cayeron a mínimos, aunque sí aparecieron en gran cantidad especies como el perico y las conchas de abanico. Asimismo, actividades urbanas como la manufactura y la banca fueron muy afectadas. El BCRP registró que las pérdidas en infraestructura fueron equivalentes al 2.5% del Producto Bruto Interno (PBI), teniendo como principal víctima al sector transportes. En esa época la caída del PBI fue de -12% de la que cinco puntos porcentuales se explicaron por el efecto de El Niño.
Este fenómeno de 1982-1983 generó pérdidas por US$1,000 millones, según el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci). Hoy esto sería equivalente a daños por US$2,725 millones. Fueron 16 regiones afectadas en cuanto a producción (38.8%), infraestructura (45.6%) y afectaciones sociales (14.7%). Los departamentos del norte sufrieron lo peor.
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A nivel productivo, los sectores más perjudicados fueron el agropecuario e hidrocarburos, con pérdidas que hoy equivaldrían a US$600 millones y US$469 millones, respectivamente. En infraestructura, el impacto se sintió sobre todo en los sectores transportes y comunicaciones, hidrocarburos, agropecuario y vivienda.
Transportes sufrió pérdidas por lo que se podría calcular en US$515 millones de la actualidad y que se reflejaron en 2,600 km de carreteras dañadas, 47 puentes colapsados y cuatro aeropuertos seriamente dañados. En tanto, en hidrocarburos y agricultura las sumas fueron de US$308 millones y US$215.3 millones. Esto significó, en cada caso, la afectación de varios tramos del Oleoducto Norperuano y la pérdida de 120 mil hectáreas de cultivos, principalmente de algodón, quinua y papa, cuya producción se redujo en 85% durante ese periodo.
La otra plaga: Sendero Luminoso
El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso es una organización subversiva y terrorista, la más violenta de la historia de la República, de orientación marxista leninista maoísta, que, desde mayo de 1980, desencadenó acciones sanguinarias que nos aterrorizaron por más de 13 años. Sendero Luminoso cometió gravísimos crímenes que constituyen delitos de lesa humanidad y fue responsable de más de 31 mil 300 víctimas mortales y podrían ser varios miles más. Inició sus acciones violentas el 17 de mayo de 1980, con la quema de ánforas electorales en Chuschi, Ayacucho, autodenominada por ellos como “el inicio de la lucha armada”.
El terrorismo recién se evidenció con Belaunde, aunque se gestó desde antes, en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, pero esto fue silenciado por la dictadura militar que controló durante años los medios de comunicación.
Solo hasta 1989, el terrorismo le había costado al país poco más de US$9,184 millones de la época (hoy serían US$20,418.6 millones) entre 1980 y 1988. Las actividades económicas más afectadas fueron la agricultura, industria y comercio, energía y minas. Las pérdidas en infraestructura de transmisión de energía eléctrica (principalmente torres de alta tensión que los terroristas hacían volar continuamente) sumaron cerca de US$3,826 millones actuales, según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).
Políticas erradas
El menor acceso a financiamiento externo fue otro problema que aquejó al gobierno de Belaunde. Al verse presionado por la falta de recursos en 1984, debido a los bajos ingresos tributarios y a la necesidad de mantener el alto nivel de inversión pública, decidió pedir nuevos préstamos y ampliar los impuestos sobre las exportaciones y los contribuyentes formales, en lugar de reducir el gasto público de forma significativa, lo que hizo muy ligeramente.
Belaunde tampoco desmontó el modelo estatista instaurado por la dictadura de Velasco. Mantuvo la gran cantidad de empresas públicas que operaban a pérdida, no enmendó los grandes errores de la reforma agraria, no dejó que el libre mercado fijara los precios en lugar del Estado, conservó leyes laborales muy rígidas y abrió muy poco la economía al comercio. Para enfrentar la inflación ampliando la oferta de productos, el segundo belaundismo aplicó una reducción arancelaria muy tímida, pero que afectó a una producción manufacturera nacional muy protegida y poco acostumbrada a la competencia. También la devaluación continua encarecía sus insumos y deprimía el consumo. Ni una ligera mejora en procesos administrativos para la creación de empresas, ni unos incentivos tributarios para alentar la descentralización industrial fueron suficientes para reanimar a la manufactura.
Finalmente, en julio de 1985, y tras un proceso electoral democrático, Belaunde finalizó su gestión y entregó el mando al aún joven líder aprista Alan García Pérez.
La devolución de los medios
El 11 de noviembre de 1980, el presidente Fernando Belaunde Terry, con poco más de tres meses en el Gobierno, devolvió la independencia a los medios confiscados por el dictador Juan Velasco Alvarado.
Con la Ley 23226, de las primeras aprobadas por el flamante Congreso de la República, los propietarios recuperaron la plenitud de sus derechos sobre las empresas periodísticas de las que habían sido despojados en diversos momentos a lo largo de la dictadura del general Juan Velasco Alvarado. De esta forma se dejó sin efecto la Ley 20681 que afectó a los diarios Expreso, Extra, La Tribuna, El Comercio, La Prensa, Última Hora, Correo, Ojo, y otros durante seis años.
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Antes, el 29 de julio de 1980, el recién juramentado Consejo de Ministros promulgó la Resolución Suprema N° 034-80-OCI, con la finalidad de que, en menos de 24 horas, los legítimos directores y gerentes retomaran sus respectivos cargos. De esta manera, fueron derogados, además, los decretos ley Nº 18169 y Nº 20680, con los que Velasco expropió la prensa.
Así, Belaunde cumplió lo que había ofrecido en su campaña electoral: que no dormiría una sola noche en la Casa de Pizarro sin antes devolverle a la prensa peruana la tan ansiada libertad.
En El Comercio, los doctores Alejandro Miró Quesada Garland y Aurelio Miró Quesada Sosa asumieron la dirección del diario decano. En el caso del diario La Prensa, Arturo Salazar Larraín asumió como director; mientras que los diarios Expreso y Extra, expropiados el 4 de marzo de 1970, quedaron bajo la dirección de Guillermo Cortez Núñez. También se repuso en la dirección de Correo y Ojo a Enrique Agois Paulsen; y, por último, a Alfredo Fernández Cano como director del desaparecido Última Hora.
Con la restitución de sus derechos y de la libertad de prensa en 1980, al periodismo nacional le tocó informar entonces sobre un fenómeno que nadie quiere que se repita en el Perú: el terrorismo.
De la ilusión al terror: así comenzaron los ochenta
Con Belaunde se abrieron las importaciones y hubo una primavera comercial. Al mismo tiempo, atentados terroristas oscurecieron el país.
Después de 12 años de una dictadura militar que se esforzó por bloquear las vías comerciales con otros países, la elección del presidente Fernando Belaunde provocó mucha expectativa.
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Al comparar los censos de 1972 y de 1981 se puede observar que se había producido una mejora en cuanto a tenencia de bienes. La cantidad de hogares con una refrigeradora aumentó de 6.5% a 24.4% en el país, mientras que en televisores la variación fue de 6.2% a 29.8%; mientras que en radios, de 32.8% a 68.5%. En Lima los porcentajes suben: contar con refrigeradoras subió de 18.5% a 50.4% y televisores, de 18.4% a 62.1%.
Con Belaunde las barreras comerciales desaparecieron y el Perú comenzó a recibir muchos productos importados que habían sido escasos durante la dictadura, desde productos de aseo personal y perfumes y licores hasta los modelos de automóviles más populares de EE.UU., Europa y Asia.
La novedad que causó furor fue la de los televisores a color. A pesar de que llevaban décadas en el mercado internacional y las estaciones de TV peruanas ya emitían a color desde 1978, solo algunos aparatos habían podido ingresar de contrabando. La reapertura de las importaciones permitió el acceso a las pantallas a color y a los reproductores de videos Betamax.
Lamentablemente, esta primavera comercial duró poco. En 1983 las importaciones se detuvieron por la falta de divisas para comprar. Las bajas exportaciones más la deuda externa de los desastrosos doce años previos significaron una escasez y alza del dólar que hacía casi imposible continuar trayendo productos del extranjero.
Terror, oscuridad y pánico
Pero, como ya lo señalamos, a comienzos de la década de los 80, los peruanos sufrimos varios golpes, siendo el más doloroso el del terrorismo. Al comienzo de la década, había algunas zonas del país que estaban catalogadas como “zona roja”. Esta condición alertaba a la población de que debían evitarlas por la presencia del terrorismo. Lo que empezó en Ayacucho terminó extendiéndose a todo el Perú. Poco a poco se fue expandiendo a las ciudades y el pánico se apoderó de toda zona urbana. Los viajes por el interior eran impensables.
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En Lima, llegó a estar prohibido ingresar a cualquier establecimiento con mochila o cualquier tipo de bulto para evitar infiltraciones con explosivos. Ser policía era un trabajo de muy alto riesgo; eran blancos de ataques terroristas y les arrebataban las armas.
Aprendimos a vivir con apagones, repentinos cortes de energía eléctrica originados en los continuos atentados que hacían explotar las torres de alta tensión por las noches, sumiéndonos en la oscuridad y en la paralización de las actividades industriales. Por ello se hizo común tener paquetes de velas para inclusive hacer las tareas a la luz de estas, mientras que las familias con mayor poder adquisitivo y las empresas adquirían generadores de electricidad. Era setiembre de 1981 cuando ocurrió el primer atentado de este tipo en Lima.
Con los años las acciones terroristas de Sendero buscaban ser más sanguinarias y causar el mayor daño. Atentaron contra cines y los centros comerciales en que se encontraban los más modernos, espantando al público de estos y causando un grave perjuicio a dichos rubros. También comenzaron los coches-bomba. No hubo sector que no fuera de alguna manera afectado por estas huestes del terror a las que no se les debe dar cabida.
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