Con muchísima preocupación. He comentado en mi familia, más en serio que en broma, que ya uno en el Perú no tiene claro quiénes son los buenos y los malos. A partir del caso Lava Jato, y la influencia de Brasil, mucha gente empezó a creer que el rol de la Fiscalía era el de salvadores de la patria, de héroes. Los fiscales, en cierta forma, empezaron a usurpar funciones de otros sectores de la sociedad. Y eso los llevó, como toda institución que concentra demasiado poder, a cometer abusos. A utilizar la colaboración eficaz de una manera indebida, las cárceles preventivas de una manera totalmente alejada de lo razonable y las relaciones con la prensa para montar campañas propias de politicastros. Desnaturalizaron la función de los fiscales. Todo ello en convivencia con ciertos jueces que parecían títeres. Y nunca terminamos de entender que ya la etapa de la polarización extrema debía terminar para ceder el paso a una convivencia. Seguimos con esta guerra entre fujimorismo y antifujimorismo. Fuimos parte de eso. Pero, pasados unos años, seguir en esa dinámica era suicida para el Perú. Y cada institución se volvió escenario de esa guerra y se fragmentó en bandos. Es increíble que todavía tengamos democracia. Es casi un milagro que no haya naufragado. Pero hay pocas perspectivas de salida. Lo último que quiero transmitir es pesimismo. Pero, si tengo que ser honesto, soy en el corto plazo inmensamente pesimista. Todo se ha difuminado, borroneado. Ya uno no sabe dónde está lo que está bien y dónde está lo que está mal.