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Día D: Caso Tarata llega a su fin tras 26 años de búsqueda de justicia [TESTIMONIOS]
Mañana será la última audiencia por el atentado que acabó con la vida de 25 personas e hirió a 155.
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Fecha Actualización
En 1992 ?Katherine tenía 17 años y era aspirante a bombera. Alrededor de las 9:20 p.m. del 16 de julio de ese año, ella estaba en su unidad de bomberos y fue alertada del atentado. De inmediato partió en el vehículo paramédico para apoyar en la emergencia.
Cuando llegó a la calle Tarata vio a una mujer caminando entre los escombros, sin blusa, sosteniendo un trapo ensangrentado entre los brazos. Se acercó a ella para ofrecerle su ayuda.
La señora le respondió que estaba bien, pero le urgía llegar al hospital José Casimiro Ulloa, donde estaba su hija. De inmediato desenvolvió el trapo y se lo mostró a Katherine: era una pequeña pierna, la de Vanesa Quiroga, niña símbolo del atentado de Tarata.
Era el primer incendio al que Katherine asistía, por eso quedó impresionada al ver la extremidad de una niña de 4 años, pero se recompuso rápido y mientras llevaba a la señora Gladys a la ambulancia fue entendiendo que la idea de su acompañante era que le reimplantaran la pierna a su hija.
Conmovida, Katherine la acompañó hasta el hospital, pero Vanesa no estaba. Por suerte, una de las enfermeras le dijo que la niña había sido trasladada a la Clínica Adventista (actual Clínica Good Hope). Cuando llegaron al lugar indicado y ubicaron a la pequeña el médico recibió la pierna, pero les dijo que no era posible reimplantarla, estaba completamente desgarrada.
Katherine nos dijo que prefería mantener su nombre en reserva, como tanto héroe anónimo que apareció esa trágica noche
Una explosión de dinamita primero se siente, luego se escucha. Casi como el miedo. La onda expansiva que se genera tras la detonación viaja a 2 mil kilómetros por hora, una vez y media más veloz que el sonido.
La onda expansiva golpea, fractura, desgarra, mata, con una presión de más de 300 kilopondios por centímetro cuadrado, es decir, se siente como el impacto de un tren de 200 toneladas a 280 kilómetros por hora.
Sebastián Navarro soportó un golpe parecido, pero amortiguado por el cuerpo de Patricia Jiménez, su madre. Sebas estaba en el departamento 805, en el noveno piso del edificio 269 de la calle Tarata. Iba a dar un paseo junto a sus padres y su hermano Gustavo, quien en aquella época no podía dormir con facilidad asustado por el estruendo de las bombas nocturnas de semanas anteriores.
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EL COCHEBOMBA
Patricia terminó de alistar a su hijo y, en un pestañeo, ambos salieron volando por los aires. Sebas, aún en el vientre de Patricia, con apenas cinco meses de concebido, retumbó. Metros abajo un Datsun con 400 kilos de dinamita mezclada con fertilizante agrícola y petróleo había reventado.
Patricia logró proteger a Gustavo entre sus brazos antes de impactar contra la pared, antes de que decenas de añicos de vidrio destrozaran su rostro. ¡Cochebomba! ¡Cochebomba!
La explosión le destruyó el ojo izquierdo a Patricia Jiménez, le arrancó la pierna izquierda a Vanesa Quiroga, le arrebató un hermano a Oswaldo Cava, asesinó a un bebé de dos años, mató a veinticinco personas, hirió a otros 155 y perforó un agujero en el corazón de todos los sobrevivientes y testigos del hecho.
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¡QUE HAYA JUSTICIA!
En agosto de este año Sebas cumplió 26, el mismo tiempo que ha pasado desde el atentado de Tarata, el mismo tiempo que Abimael Guzmán lleva encarcelado. Sebas mide un metro ochenta y la barba le crece muy rápido. Hasta el año pasado podía dar besos y abrazos e incluso iba al baño solo. Hoy solo puede dar besos.
La explosión afectó el embarazo de Patricia, por eso Sebas nació antes de los siete meses con una lesión cerebral severa con mutilación occipital. Y recién este año, tras casi 100 meses de juicio, Sebastián pudo obtener los beneficios como víctima de terrorismo.
Él no sabe quién es Abimael Guzmán, ni Elena Iparraguirre, ni Osmán Morote, ni Margot Liendo, ni ninguno de los 11 terroristas miembros de la cúpula de Sendero Luminoso, responsables de la sangrienta barbarie que sufrió el Perú. Sebastián no sabe que mañana los jueces René Martínez, Edhin Campos y Jhonny Contreras emitirán la sentencia contra los culpables de su discapacidad. Pero Patricia, su madre, sí lo sabe muy bien.
NIÑA SÍMBOLO
Vanesa Quiroga ahora trabaja en el programa del Congreso ‘Terrorismo nunca más’, no ha visto nunca en persona a Abimael Guzmán. “¿Para qué lo quiero ver?”, se pregunta, “si él no me suma ni me resta nada”.
Vanesa Quiroga ahora trabaja en el programa del Congreso ‘Terrorismo nunca más’, no ha visto nunca en persona a Abimael Guzmán. “¿Para qué lo quiero ver?”, se pregunta, “si él no me suma ni me resta nada”.
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A ella le costó mucho lidiar con la ausencia de su pierna izquierda y aunque desde el atentado usó una prótesis, su verdadero apoyo fue su madre, Gladys Carbajal.
Cuando estaba en primaria, Vanesa se inscribió en una competencia de velocidad en su colegio. Su profesora de educación física le recomendó que no participara, pues, al tener una pierna ortopédica estaría en desventaja.
Vanesa no hizo caso. Decidió correr y ganó. Luego se fue rápido a su casa, llorando por un agudo dolor en el muslo. La parte donde encajaba su prótesis estaba hinchada y llena de llagas debido al esfuerzo. "Pero en ese momento me di cuenta de que el dolor me iba a pasar, pero la victoria la recuerdo hasta hoy", comentó.
Hoy en la mañana Vanesa me envió un audio por Whatsapp: “¿A qué hora es la audiencia? Quiero ir”.
La audiencia es mañana, en la Base Naval del Callao a las 10:00 a.m., respondí, con la la sensación de que las grietas que dejan los crímenes de terror más brutales tal vez nunca se van a poder cerrar por completo, pero la justicia es un hilo invisible que puede empezar a ayudar.
La audiencia es mañana, en la Base Naval del Callao a las 10:00 a.m., respondí, con la la sensación de que las grietas que dejan los crímenes de terror más brutales tal vez nunca se van a poder cerrar por completo, pero la justicia es un hilo invisible que puede empezar a ayudar.
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