La filosofía del ‘vale todo’ del ministro Santiváñez parece beber del relativismo, ese que lo ayudó a ser abogado de personajes cuestionados. Fiel creyente de que no hay una verdad absoluta, ha buscado imponer su propia narrativa, abusando del término de moda. Y Boluarte parece haberse comprado el discurso de que la realidad es una invención del lenguaje. Eso explica no solo el reciente talento de su área de broca para acuñar neologismos, sino también sus prolongados silencios. Si la palabra crea al objeto, lo que no se habla no existe. Por eso, lleva casi cien días sin declarar a la prensa.
Los exabruptos también forman parte del nuevo lenguaje del córtex presidencial, atrapado entre la frivolización y la enajenación. Desde el procaz “tu mamá” hasta el poético “no necesito tus lágrimas”, acaso inspirado en el filme marxista "Moscú no cree en lágrimas". También un agresivo fact checking en la cuenta presidencial de X. Como fiel analista de Willax, el ministro del Interior la ha convencido de que siempre debe polarizar con un enemigo. Le funcionó a Willax con Pedro Castillo. Y también al Congreso. Sin un cuco externo, los líos internos afloran. Tanto en el canal, como en el Congreso y, en especial, en Palacio.
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TERRORISMO Y TERRUQUEO
Al hablar sin rigurosidad de “terrorismo urbano” y “terrorismo de imagen”, la presidenta le ha dado en el gusto a la izquierda, que critica el ‘terruqueo’. Porque la acusación llega a destiempo, quizás porque estuvo durmiendo más de un año en el hipocampo del cerebro presidencial.
Como contó este diario en una crónica de diciembre de 2023, el entonces premier Alberto Otárola describió alguna vez las protestas contra el naciente Gobierno de Boluarte como “Sendero 2.0” y “terrorismo 2.0”. En círculos palaciegos, el primer ministro llegó incluso a reconocer las virtudes del Gobierno de Alberto Fujimori en su lucha contra la subversión, quizás influenciado por su hermano mayor, Roque Otárola, exfuncionario de Essalud durante el fujimorato. La frase soltada en privado establecía claramente el paralelo: al igual que sucedió con Fujimori, en un futuro recordarán al actual Gobierno por su lucha contra los actos subversivos de las sucesivas tomas de Lima.
En el funeral del expresidente, el ya entonces expremier hizo un balance personal, felicitándose por acatar la sentencia del Tribunal Constitucional y materializar el indulto: “Controló la inflación, derrotó al terrorismo. Tuvo posiciones controversiales en otras materias, pero yo me quedo con lo mejor y con lo bueno de Fujimori”.
Durante su premierato, Otárola completó su viraje de izquierda a derecha, del PSR al fujimorismo 2.0.
Y tal parece que Dina Boluarte —más allá de insistir en Petroperú y cambiar al canciller— por fin ha terminado su propio viraje, siguiendo la línea de su expremier. “Así como derrotamos al terror de Sendero Luminoso, derrotaremos al terror del criminal”, ha dicho recientemente.
El problema es que el paralelo no es preciso y el viraje llega tarde. Porque más allá de algunos malos elementos, el paro de transportistas y comerciantes es espontáneo, civil y menos politizado. Y, contrariamente a las tomas de Lima, es la indignada expresión de una legítima demanda por seguridad ciudadana. Acá no se busca reponer al exdictador Castillo, salvo una que otra pancarta desubicada. Tampoco hay un obvio financiamiento de la minería ilegal ni una fuerte presencia subversiva que toma aeropuertos y quema comisarías.
Paradójicamente, Dina Boluarte jamás tuvo tanta legitimidad como cuando se enfrentó a las tomas de Lima. Ya se dijo: tener un enemigo externo ayudó a polarizar contra los golpistas y galvanizar al Gobierno. Eso lo sabe su actual equipo de asesores. Eran tiempos en que el peruano realista quería que se mantenga en el poder, a regañadientes y en privado. Era Dina o el incendio.
Con el fin de la disyuntiva, llegó el fin del apoyo al mal menor.
Quizás, por eso, un par de ministros han convencido a la presidenta de que hay que polarizar con la huelga de transportistas. Hay que destapar a sus infiltrados, levantar a sus operadores y poner el foco en su motivación política. Tal vez, por eso, Boluarte ha dicho que “acá nos mantenemos firmes frente al accionar de personas y bandas que apelan al terror para quitarles la paz a nuestros hermanos”.
Una estrategia que podría ser un suicidio político. No solo porque reprimir a quienes luchan contra el crimen organizado será percibido como un sinsentido (¿policías deteniendo víctimas?). También porque, incluso si lograran identificar y satanizar a algún agitador político tras la huelga, eso solo crearía un rival que polarice con Boluarte. No es lo mismo tener un enemigo al inicio que tenerlo al final de un proceso.
Si sigue errando en el cálculo político, el Gobierno que llegó al poder entre protestas bien podría dejar el poder también entre protestas.
LA DERECHA EN HUELGA
La izquierda ha intentado subirse al carro de la huelga e imponer su discurso entre los manifestantes. Es decir, ha hecho política. Y lo seguirá haciendo. Sin embargo, la prédica de Verónika Mendoza y compañía no ha prendido como ellos esperaban.
Quizás porque los transportistas y comerciantes son básicamente capitalistas de la calle. Son empresarios sin buena prensa y gremios sin Confiep. Sin ánimo de idealizarlos, ellos solo piden libertad para poder trabajar sin arriesgar su vida. ¿Acaso hay algo más capitalista que eso?
Mientras tanto, parte de la derecha se fue de vacaciones aprovechando el feriado. Y otra parte, en vez de buscar encabezarla, se ha dedicado a desautorizar la protesta o señalar con el dedo impotente cómo la izquierda intenta infiltrar su narrativa.
A ver si algún candidato liberal se anima a politizar y cosechar el capital político de la indignación por la inseguridad ciudadana.
Valga recordar que fue en otra huelga similar, allá por el 2017, que Pedro Castillo saltó a las primeras planas de los noticieros.
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