La discusión por el cierre del Congreso de 2019 no solo es legal, como se ha planteado en el debate en torno al legado vizcarrista. Esta debería ser, sobre todo, política. No solo porque la disolución fue un acto político en sí mismo, sino porque la respuesta parlamentaria también debió ser política.
Lamentablemente, ningún congresista de entonces opuso una resistencia significativa. Una evidencia más de que la derecha ya no tiene a zorros como Felipe Osterling, Raúl Ferrero Costa o Roberto Ramírez del Villar, quienes dejaron estampas de su resistencia al golpe de Fujimori. Tenemos una derecha confundida que no supo ni sabe, aún hoy, condenar drásticamente el cierre del Congreso. Qué diferencia con una izquierda que, sin ruborizarse, reclama una nueva Constitución, a la vez que, irónicamente, justifica la disolución del Congreso citando la Constitución del 93. Contradictoria, sí, pero también avezada.
La izquierda vizcarrista insiste en que volvería a cerrar el Congreso, pero la derecha no sabe responder creando memoria. No critica la efeméride con reportajes, exposiciones o condenas internacionales. Mientras Inti y Bryan son homenajeados en canciones, novelas y cortometrajes, la derecha olvida la épica democrática y la batalla por la memoria del 30 de septiembre de 2019.
El golpe al Congreso definió el escenario de hoy: uno en el que Aníbal Torres hizo cuestión de confianza por cualquier cosa; uno en el que el Legislativo y el Ejecutivo se llevan mejor que nunca, beneficiando a las economías ilegales; y uno en el que el Parlamento es ya una “dictadura congresal”. Acaso un caldo de cultivo para el próximo cierre del Congreso.
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