Desde que llegó al gabinete, Javier González-Olaechea se hizo notar. Hizo clic con Pérez de Cuéllar, pues fue candidato al Parlamento por Unión por el Perú en el 95. Fue llamado el ‘ministro Willax’ por sus buenas relaciones con parte de la prensa. Y tuvo más de un roce con Alberto Otárola, desde no invitarlo al viaje a Chile por el funeral de Piñera hasta adelantar la renuncia del entonces premier, quien lo llamó “desubicado”.
MIRA: Fuerza Popular lamenta “tibias declaraciones” del canciller y premier sobre fraude en Venezuela
Tuvo polémicos comentarios en las embajadas de Canadá y Francia. Fue criticado internamente por algunos viajes. Y tuvo más de una fricción con el premier Gustavo Adrianzén. Por ejemplo, por ver quién daba los anuncios de cambios en las embajadas. La última de ellas fue por la salida de Víctor García Toma de la ONU.
Su heterodoxia también le generó comentarios críticos de algunos diplomáticos de carrera en los pasillos de Torre Tagle.
Fuentes consultadas también mencionan el contrasentido de que el pasaje en primera clase a China del entonces canciller haya costado tres veces más que el de la propia presidenta. Finalmente, en la embajada de Uruguay, hace pocas semanas, dijo que “pase lo que pase conmigo, pido a mis colaboradores de Torre Tagle que sigan”. No se sabe si se preparaba para ser premier o para volver a casa.
En las últimas semanas, un prominente abogado encabezó un grupo de presión para lograr su nombramiento como primer ministro. Tenía el perfil alto, la simpatía del Congreso, la posición ideológica clara y las conexiones con la prensa.
Pero, como ha quedado claro, la presidenta no busca un premier con juego propio. Ni siquiera uno que llenara sus silencios sobre el tema Venezuela. Y menos aún un excandidato inscrito en el PPC con apetitos políticos.
Quizás por eso le avisaron de su salida 15 minutos antes de la juramentación de su reemplazo.
“Cualquiera que lea esa renuncia sabe que es la renuncia de una persona profundamente irritada”, teoriza Carlos Basombrío. “Una persona que está molesta. Tres o cuatro líneas firmadas a las 12:15 p.m. dan cuenta de que ha sido algo imprevisto”.
Luego, volvió a ser un activo tuitero, respondiendo el comentario de quienes lo despedían, entre confusos y agradecidos. Y en el patio de honor de Torre Tagle, se despidió leyendo un poema que luego publicó.
TORRE TACLE
El nuevo canciller empezó con el pie izquierdo. Pero rápidamente corrigió el discurso y dijo que “el Perú continuará manteniendo su firme e invariable posición de exigir el respeto a la voluntad expresada por el pueblo venezolano en los comicios presidenciales del 28 de julio pasado”. Elmer Schialer agregó que “no se han presentado las actas electorales de estos comicios de acuerdo a la ley venezolana, lo que es evidencia de graves irregularidades en el proceso, las que ya hemos por demás denunciado. No reconocemos, por ello, esos resultados. Asimismo, condenamos enérgicamente las detenciones arbitrarias y la persecución política que sufren nuestros hermanos venezolanos, en particular aquellos que se oponen al régimen de Nicolás Maduro”. Finalmente, aclaró que “el Perú ha rechazado resueltamente la orden de aprehensión emitida en contra del señor Edmundo González Urrutia” y reiteró “que el Perú continuará apoyando al pueblo venezolano en su lucha por la democracia y por la libertad”.
Clarísimo. Salvo que se matice con lo que dijo el primer ministro, quien afirmó que González Urrutia “no puede ser presidente electo. No tenemos ninguna comunicación oficial del Estado peruano reconociendo esa condición para el señor González Urrutia”. Gustavo Adrianzén redondeó su conferencia girando —valga la redundancia— sobre si el régimen de Maduro es o no una dictadura.
NO ES VENEZUELA: ES PERÚ
Sucede que la heterodoxia de González-Olaechea que caía muy mal en Torre Tagle simultáneamente caía muy bien en la opinión pública. Ese tono excesivo para algunos diplomáticos de carrera les hablaba claro a políticos y líderes de opinión. Sobre todo en Latinoamérica, en donde los diplomáticos, como dice la boutade, son conocidos por no decir lo que realmente piensan.
Como buen dictador latinoamericano, Nicolás Maduro ha sabido aprovechar muy bien esa ‘institucionalidad’ diplomática y esas formalidades del ‘poder blando’ regional. Sabe encauzar debates con sus aliados populistas, relativizar cifras duras electorales, difuminar realidades fácticas y moverse en la burocracia de la OEA comprando votos de islas caribeñas con petróleo.
Si el chavismo ha durado 25 años y el régimen cubano tiene más de 70, es, en parte, gracias a esa burocracia internacional y a esa diplomacia contemporizadora.
Iván Arenas sugirió en Perú21 que detrás del cambio de canciller hay un juego mayor con Lula e inversionistas regionales, en detrimento del acercamiento con Estados Unidos que fomentó González-Olaechea. Queda por ver si es desvestir un santo por otro. A tres meses del APEC, cambiar al canciller y a la fallida ministra de Comercio Exterior y Turismo preocupa.
Lo que no entiende el gobierno es que esto no es sobre Venezuela. Es sobre la definición ideológica que se le pidió a la presidenta desde el primer día. Es sobre cómo diferenciarse de un régimen que acá quiso imponer Pedro Castillo, al que ella dice oponerse. Y es sobre dar las señales correctas para convocar a las inversiones. Y ahí hay un signo de interrogación.
MIRA TAMBIÉN