Hija única por parte de madre y la mayor de tres, por parte de padre, confiesa que su niñez no fue fácil como algunos podrían inferir. Aunque viajaba con su abuelo a las Naciones Unidas, donde vivía una situación privilegiada, la realidad en Lima, en un pequeño departamento sin refrigeradora, en Miraflores, tenía más que ver con conseguir provisiones, a punta de colas, para reclamar leches Enci y pan popular. Cuenta que lo que más la marcó de pequeña fueron los viajes que su mamá hacía con grupos de turismo a distintos destinos del país: “Esos días, yo me iba a dormir a Villa El Salvador con Isabel, la señora que ayudaba en la casa. Allí no había agua, tocaba ir a recogerla en baldes y, por supuesto, yo también los cargaba como todos en la familia. Eso, por un lado, me fue generando carácter y, por el otro, sensibilidad. Lo mismo ocurría en el Franco Peruano, donde estudiaba con los hijos de los embajadores y también con los de los trabajadores y auxiliares del mismo colegio”. Es una característica muy mía, dice hoy: “Puedo estar en los dos mundos y en ambos sentirme bien”.