Analista, didáctico y conversador. Walter Gutiérrez Camacho recuerda a sus maestros para decir que desde joven ha sido “una persona inquieta de lo que pasa en el país”. Cuenta que cuando estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad San Martín de Porres, leyó a autores como Leszek Kolakowski, Raymond Aron, Karl Popper, Ludwig von Mises, Hayek, entre otros. Y aunque acepta que en su juventud se acercó a la izquierda, luego eligió “el pensamiento abierto porque el marxismo prácticamente era liquidación del individuo para que el Estado tome las decisiones”, hoy prefiere decir que es un hombre de centro.
Gutiérrez lleva una bitácora hace más de 40 años. “Una vez a la semana tomo nota de lo que me sucede, me lo recomendó a los 18 años José de la Puente Radbill, canciller de Velasco Alvarado, en un encuentro en la casa de Luis Alberto Sánchez”. Eran tiempos en los que un joven Walter Gutiérrez, entre otros varios, iba a la casa del miembro histórico del APRA a leerle porque ya no veía. “Aprendí mucho de esa experiencia”, asegura antes de contar en esta entrevista detalles de su relación con Dina Boluarte y su paso por el gobierno actual. Gutiérrez subraya la necesidad de preservar la buena gestión pública. “El Estado no tiene que ser gigantesco, lo que tiene que ser es fuerte, que es distinto”, y asegura que cuando llegó a la Defensoría del Pueblo, puso por delante la preservación de la buena marcha de la administración “porque sin buena administración pública, no hay nada. No hay inversión, no hay crecimiento económico y por ende no hay empleo ni consumo”.
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Vivimos una crisis de la gestión pública, ¿fue el gobierno de Castillo el peor momento?
Pero sin ninguna duda.
¿No podemos estar peor?
El país siempre puede estar peor. A diferencia de un ser humano que termina muerto, en el caso de un país se puede caer hasta lo más bajo. Mira lo que está pasando en Venezuela.
¿En qué momento fue el quiebre? ¿Cuándo comenzó nuestra gestión pública a caer?
Créeme que cuando PPK llegó a la presidencia en 2017, yo creí que íbamos a dar el salto de desarrollo porque el Perú estaba llamado a eso, pero se puso en evidencia, de cuerpo entero, que la política sí importa, que la política es fundamental. La política en el sentido de defenderse ante las acciones de los otros. Si yo te ubico en el Congreso o en el Ejecutivo con mi voto, no es para que se destruyan, es para que se pongan de acuerdo en favor mío. Ese es el quiebre porque sin buena administración pública, no hay democracia.
¿Considera que tiene una mirada de derecha o centro?
Es una mirada racional. Pero te voy a responder con una frase, si no recuerdo mal de Raymond Aron: Ser de derecha o de izquierda a estas alturas, es una manera de ser idiota porque ya no hay fronteras. Hay que ser racional, hay que ser lógico.
¿Con qué palabras describiría su mirada política?
Desde mi punto de vista, la libertad es fundamental. El racionalismo también, así como el sentido común. Ahora, si yo hago un inventario de gobiernos de la llamada izquierda, son fabricantes de pobreza y eso porque no han sido racionales.
Pero se contradice. Hablar así de la izquierda daría una mirada idiota del tema.
Permíteme terminar. La izquierda tenía un repertorio de valores que ya no está. Un sustrato ético sobre la igualdad, la justicia y la necesidad de reducir la pobreza. Lo que digo es que hay cosas que rescatar del bloque de izquierda, así como cosas importantes del bloque de derecha.
¿Cómo lo describe la opinión pública?
Creo que la gente de derecha piensa que soy caviar y los caviares que soy de derecha. Eso me hace suponer que estoy en el lugar equidistante.
¿Centro entonces?
Yo tengo una mirada bastante, creo, moderna de lo que debe ser la gestión pública, de lo que deben ser los derechos, de cómo deben funcionar las instituciones internacionales y de derechos humanos y cómo tiene que ser la política. Yo no soy un político tradicional, yo soy un outsider, pero no quiero hacer política militante.
¿Nunca militó en ningún partido?
He tenido cercanías, cuando era muy joven, con la izquierda y luego con el APRA.
Lo cierto es que cuando era defensor del Pueblo estuvo abiertamente en contra de Pedro Castillo.
Bueno, yo diría que hemos estado al borde del abismo con Castillo. Para empezar, Castillo es un mitómano y no tenía la más remota idea de lo que era el Estado. Una de las cosas que puedo decirte es que he conocido desde Paniagua hasta Dina Boluarte y con todos ellos he interactuado en distintos planos. En el caso de Castillo, tuve la oportunidad de hablar con él varias veces, incluso antes de que sea presidente cuando hizo la huelga de 2017. Además de mitómano era un hombre ignorante que iba a ser instrumentalizado por otros actores más zafios, como Cerrón o Bermejo, que ahora no está en escena.
¿Qué diferencia había con los gobiernos anteriores, que también han tenido corrupción y seguramente una lista enorme de cosas incorrectas? No en vano casi todos han terminado procesados.
En primer lugar, Castillo fue el extremo, el extremo de la instrumentalización, el extremo del intento de desmontar al Estado para quedarse por más tiempo, porque yo creo que ese era el plan. Puedes decir que Ollanta era ineficiente, de hecho lo fue, sino no hubiera hecho este proyecto de Talara, pero no creo que quisiera quedarse indefinidamente. García pudo haber cometido errores también, pero tampoco era que quería quedarse. Toledo igual, pero este (Pedro Castillo) sí quería quedarse, adueñarse del Estado. Y segundo, que por mera casualidad había un defensor que no se acotaba solo a los servicios públicos, sino que creía que su función era atajar esos desbordes del poder.
¿Cuál es el primer paso para recuperar la gestión pública?
Yo creo que la debilidad de Dina Boluarte es una ventaja. Dina está rifando el Estado. Es una de las razones por las que yo he renunciado y hay que obligarla a que no lo haga.
¿Y se puede? ¿Quién podría?
Los candidatos y los propios parlamentarios que van a mirar por sus propios intereses de reelección. A ellos tenemos que presionarlos para decirles: no señor, ustedes tienen que garantizarnos que la buena administración no se puede rematar.
¿Cómo es que decidió trabajar en este gobierno, con Dina Boluarte?
Es una buena pregunta para poder entender los actos sucesivos. Cuando yo fui candidato para el CAL, a fines de 2007, ella era presidente del comité electoral. Era una abogada gremialista y yo había sido su profesor antes. Entablamos una buena relación, ella era una mujer muy activa políticamente y cuando terminó mi gestión y Jorge Santisteban fue candidato, me pidió estar en su lista y así fue. Claramente era una mujer de izquierda, sin rodeos ni remilgos, pero una mujer sensata. No cultivada, pero sí sensata. Después quiso ser alcaldesa de Surquillo y hasta allí me parecía que tenía ambiciones razonables, no obstante, el poder deforma a las personas.
¿Luego aceptó ser embajador de España durante su gobierno?
La seguí viendo muy ocasionalmente. Supe que era la vicepresidente en la lista de Castillo, pasó todo lo que sabemos con él y bueno, ella me buscó. Consideraba mi opinión y lo que yo le aconsejé, cuando se supo que asumiría la Presidencia, fue que convoque a elecciones cuanto antes. Sin embargo, me respondió que sus asesores le habían dicho que debía quedarse hasta 2026. Ese día me propuso ser embajador. Y aunque al principio lo rechacé luego pensé que podía ser interesante para hacer cosas por el Perú y generar un networking que me ayudaría con algunos proyectos.
¿Dina le ofreció también ser primer ministro?
Sí, ella me lo propuso más de una vez. Su lógica era esta: lo saco a Walter de la escena, lo mando a España, porque aquí se decía que yo podía ser presidente del Consejo de Ministros y a Alberto no le gustaba tanto el tema… Ahora que lo pienso, no sé si nació la idea del propio Otárola (ríe), aunque tenemos una estupenda relación. No sé. Lo que sí, fue que le pedí tratar directamente con ella por ser embajador político.
Ha dicho usted que renunció al cargo (luego de un año y dos meses) por desacuerdos con el Gobierno, no con el canciller.
Hubo varias cosas. La presidente ya no daba declaraciones. Comenzó a cambiar todo el tiempo a los ministros. Cuando sacaron a Juan Carlos Mathews y le pregunté por qué, me dio a entender que tenía que dar una cuota a los congresistas y lo mismo pasó con el ministro de Trabajo, que fue cambiado por Maurate. Todo eso me incomodó tremendamente. Yo había criticado a Castillo por desmontar el Estado y ella estaba empezando a hacer lo mismo y luego aparecieron cosas medio oscuras, como este señor, su ‘wayki’. En fin, el poder es una droga muy complicada y, cuando tuve una diferencia con el canciller, dije renuncio y así fue.
¿A qué conclusión llega después de haber sido parte de este gobierno?
Yo diría que Dina está atrapada en sus debilidades y en sus temores. Por un lado, no tiene una bancada, es que no tiene un partido político, es que no tiene cuadros y; lo segundo, por su temor, porque ¿qué pasará mañana y pasado mañana? Entonces, esa combinación de falencias y temor es lo que hace que cometa un error tras error. Es decir, yo creo que ha entrado a una deriva peligrosa en la que hace un momento te decía que está desarmando el Estado, entregando el Estado, no tiene rumbo. Porque en un primer momento yo la sentía muy muy sincera, muy bien intencionada. Pero creo que está sufriendo los efectos de esa droga llamada poder. Sus debilidades la están desdibujando y el propio poder la está deformando.
¿Y a quién escucha Dina?
No tengo idea. Tengo la impresión de que hay un grupo de ministros que terminan siendo una suerte de decorado. A veces a los presidentes no les gusta que les digan las cosas de una manera así tan cruda, tan crítica, y quieren escuchar que están haciendo bien las cosas, pero eso creo que es etéreo, nocivo para ellos y desde luego para el país.
¿Entre los aliados de Dina cree que sí están Keiko y Acuña?
Yo creo que están navegando juntos hasta un punto determinado de la ruta, pero más temprano de lo que nos imaginamos van a terminar dejándola.
¿Puede salvarse Dina todavía?
Creo que hay un salvavidas y es que convoque a un gobierno de consenso, de punto fijo, un gobierno técnico, un gobierno de ancha base, con verdaderos técnicos que tengan cierto liderazgo y que lleven al país a un buen 2026. El país se lo va a agradecer y, ella va a terminar mejor ¿no cree?
Datos del personaje:
Walter Gutiérrez fue defensor del Pueblo entre 2016 y 2022. No fue su primer cargo público, pero sí el de mayor exposición.
Fue decano del Colegio de Abogados de Lima (2008-2009) y presidente de la comisión que elaboró el Código de Protección y Defensa del Consumidor (2009).
Fundador de Gaceta Jurídica, Gutiérrez se ha dedicado a ejercer la abogacía de manera independiente junto al primer defensor del Pueblo, Jorge Santistevan de Noriega, y también a la docencia como profesor de pre- y posgrado, así como en la Academia Diplomática del Perú.
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