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Las heridas de los policías evidencian el arsenal que portaban los vándalos
El objetivo nunca fue una movilización pacífica. El 9 de enero de 2023 se convirtió en una fecha imborrable para la historia del Perú y más aún para la memoria de los puneños, que vieron cómo sus calles y avenidas se convirtieron en zonas de enfrentamiento entre manifestantes azuzados por extremistas y la Policía. No hubo bando ganador, sino un luto nacional.
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El objetivo nunca fue una movilización pacífica. El 9 de enero de 2023 se convirtió en una fecha imborrable para la historia del Perú y más aún para la memoria de los puneños, que vieron cómo sus calles y avenidas se convirtieron en zonas de enfrentamiento entre manifestantes azuzados por extremistas y la Policía. No hubo bando ganador, sino un luto nacional.
Acabada la tregua de fin de año, a partir del 4 de enero, decenas de personas se volcaron a las vías principales de Puno, y otras regiones del sur, para exigir una serie de demandas políticas, antes que sociales, y siempre coordinados por dirigentes que representan a la extrema izquierda.
Su intención siempre fue tomar por asalto el Aeropuerto Internacional Inca Manco Cápac, pero la Policía Nacional los mantuvo a raya. Las marchas continuaron sin mayores sobresaltos hasta el lunes 9 –un día antes de la presentación del premier Alberto Otárola en el Congreso–, en que se desató un ataque, a todas luces, detalladamente planificado.
“Hay manifestaciones que dejan de ser pacíficas y se aprecia un escalamiento muy rápido de violencia que linda con conductas criminales, como es el caso de lo que ocurrió en el aeropuerto de Juliaca”, señaló el general Jorge Angulo, jefe del Comando Operativo de la PNP.
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Perú21 conversó con el suboficial Rai Chalcha Asqui, natural de Puno y parte de la Unidad de Servicios Especiales (USE) de Juliaca, quien por estos días se recupera en el Hospital de la Policía, en Lima, tras ser víctima de explosivos lanzados por los manifestantes.
“Me cayeron dos ‘avellanas’. Una en la espalda y otra en la pierna. Me sacaron un pedazo de metal que tenía incrustado en la pierna”, relató.
“Había personas que tenían armas de fuego; eso se informó a la Defensoría del Pueblo. Estuvieron armados con muchas cosas que podrían dañar a la Policía”, afirmó.
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Hasta el hospital llegaron 17 oficiales de Juliaca. La mayoría con lesiones por traumatismo múltiple por el impacto o detonación de artefactos explosivos artesanales, tipo ‘avellana’ la mayoría, que han sido enriquecidos con una carga extra de explosivos o de objetos punzantes, metálicos, como clavos.
Así lo reportó a este diario el Gral. Moisés Rojas Arcos, director del Complejo Hospitalario de la Policía Nacional del Perú Luis N. Sáenz. “Esperamos que, a la larga, sea una recuperación completa y óptima, que les permita continuar con el servicio policial”, explicó.
En las pampas de Juliaca aquel día, muchos efectivos señalaron que existió un ambiente de guerra. El suboficial Edson Cordero Pérez, de la USE Lima, llegó a Puno para apoyar en la contención de las manifestaciones y regresó a la capital en una camilla.
“Todo el día nos lanzaban ‘avellanas’, huaracas, mangueras fusionadas con clavos, y bombardas. Tenían fierros, maderas y más”, recordó.
“Ellos piensan que nosotros los queremos atacar o que no somos humanos y no sentimos. Ellos nos insultan. Nos dicen ‘perro’, ‘tú vas a morir acá’, y miles de cosas que en ese momento tienes que saber sobrellevarlo”, comentó.
El director de Sanidad de la Policía, Nagy Cabrera Contreras, alertó que en Puno existe la minería ilegal y conocen perfectamente el manejo de explosivos. “A esos explosivos les agregaron clavos u otros tipos de objetos que lesionan al estallar”, advirtió.
La Red de Salud San Román informó que el 9 de enero se registraron 112 heridos y 17 muertos producto de los enfrentamientos. Además, por la noche se conoció el asesinato del suboficial José Luis Soncco Quispe, quien murió quemado vivo dentro de su patrullero.
Último adiós
Soncco, de 29 años, nació en Cusco y desde hace cinco años prestaba servicios en la USE Juliaca. Era el mayor de sus hermanos y el sostén de su familia.
Su padre Eulogio Soncco Tacusi y su madre Nicolasa Quispe Choquenaira llegaron hasta Puno para recoger el cuerpo del valeroso uniformado. En la ceremonia, un hermano de José Luis Soncco sostuvo de los brazos en todo momento a la mujer que portaba la bandera del Perú y que no paraba de llorar. A su lado, el señor Soncco sostenía con aplomo el quepí de la Policía.
La madre habló en quechua con medios locales, y culminó con el grito: “¡Quiero justicia para mi hijo!”.
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