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Inteligencia artificial: deshumanizar a la máquina y humanizar a la persona
El objetivo de la inteligencia artificial en las redes sociales consiste en endulzarnos los ojos y los oídos para que pasemos más y más tiempo consumiendo, convirtiéndonos en autómatas digitales.
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Por: Juan José López Murphy, Head of Data Science and Artificial Intelligence de Globant.
Theodore es un escritor solitario que afronta un duro proceso de divorcio. Samantha es intuitiva, alegre, y tiene una voz sensual. Los mundos de ambos se conectan, primero en una amistad y luego en un intenso romance. Hablan sobre arte, la vida y el amor. Discuten, ríen, pelean y hasta intiman sexualmente. Forman una pareja como cualquier otra, salvo por un detalle. Él es de carne y hueso. “Ella” es un sistema operativo basado en inteligencia artificial.
La trama de la película “Her”, lanzada en 2013 y protagonizada por Joaquín Phoenix, plantea preguntas adelantadas para su época y que hoy tienen una vigencia sorprendente: ¿podemos humanizar a una “máquina” a tal punto de enamorarnos de ella? A medida que la tecnología avance, ¿caeremos en la tentación de antropomorfizar cada vez más a la inteligencia artificial? ¿reduciremos nuestra condición humana a un estado zombi en el que todas nuestras necesidades estarán resueltas por algoritmos matemáticos?
En ese sentido, si hablamos sobre los usos cotidianos de la IA, no está mal que una plataforma de streaming nos sugiera una buena película para ver o que pasemos un rato mirando reels del último baile de moda. Los problemas comienzan cuando desarrollamos una adicción a las recompensas instantáneas que satisfacen nuestros deseos de consumo. Los contenidos se presentan aparentemente gratuitos y accesibles en cualquier momento y lugar. El objetivo de la IA en las redes sociales consiste en endulzarnos los ojos y los oídos para que pasemos más y más tiempo consumiendo, convirtiéndonos en autómatas digitales.
El ex ingeniero de Google, Tristan Harris, en el gran documental “El dilema de las redes sociales”, lo sintetiza con una frase: “Si tu no pagas por el producto, tu eres el producto”.
No quiero plantear escenarios apocalípticos o futuros distópicos. La IA ocupa y seguirá ocupando un lugar de utilidad en muchísimos ámbitos de nuestra vida, y gran parte de mi trabajo consiste en hacer que eso sea posible. Sin embargo, es importante tomar conciencia de los riesgos que conlleva una dependencia excesiva de la tecnología. El objetivo no es dejar de usar la IA, sino humanizarla y utilizarla para mejorar nuestra calidad de vida.
Líderes como Tristan Harris, Elon Musk o Yuval Noah Harari, advierten sobre los riesgos del rumbo del IA y plantean escenarios tremendistas para generar conciencia y ganar la batalla cultural. Apelan al shock porque quieren anticiparse a potenciales efectos tóxicos del IA, no solo en términos de ciberseguridad, sino también en su incidencia dañina sobre las relaciones sociales y la consecuente deshumanización del usuario.
Pensemos en un futuro no muy lejano en el que vivimos con un avatar virtual; una especie de mejor amigo o pareja que luce físicamente como nos gusta, que nos habla como queremos, que siempre está de buen humor, disponible 24x7 para escucharnos y ayudarnos, y con los mismos intereses que nosotros, tal cual ocurre en la película Her. ¿Para qué generaríamos contactos físicos si los avatares podrían cumplir esa función? ¿Podríamos ser amigos de una máquina? La respuesta quizás sea sí, pero es importante formular la pregunta a tiempo y entender los riesgos que conllevan este tipo de vínculos con la IA.
La comodidad puede ser un obstáculo para nuestro espíritu crítico, nuestra capacidad para profundizar en preguntas importantes, conectarnos con otras personas y desarrollarnos como seres sociales. La inteligencia artificial, en ocasiones, va en contra de estas necesidades fundamentales.
Es crucial hablar sobre el tema en entornos familiares, en las aulas, en foros empresariales y en espacios políticos. Las empresas que trabajamos en el desarrollo de IA tenemos un papel fundamental para liderar este proceso.
Debemos concientizar a la sociedad sobre los riesgos de la inteligencia artificial y fomentar buenas prácticas. Aunque ya existen iniciativas, como el Center for Human Technology, que van en esa dirección, aún queda mucho por hacer. La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de actuar. Así como hemos dejado de fumar en aviones y en lugares cerrados porque comprendimos que el tabaco es tóxico, o nos hemos obligado a usar cinturones de seguridad en los autos porque entendimos que nuestra vida estaba en riesgo si no lo hacíamos, llegará el momento en que comprenderemos que la inteligencia artificial debe deshumanizar a la máquina y humanizar a la persona.
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