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La prepotencia se aprende en casa
Hace muchos años, al ir a recoger a mi hijo al colegio, me atendió un hombre joven quien me preguntó: “¿En qué año está tu esclavito?”.
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Carmen González,Opina.21c.gonzalez@infonegocio.net.pe
Al ver mi sorpresa respondió: "¿Es que no te has dado cuenta que los niños son los últimos esclavos del mundo?". Constantino Carvallo, ese maestro pleno de humanidad, tenía razón. A nadie se le trata con menos respeto que a un hijo: "Anda a lavarte los dientes", "lávate las manos que están asquerosas, cochino", "cállate y obedece", "come todo y deja de estar jugando", se le dice, en el mejor de los casos. En el peor, se magullan sus cuerpitos y se destruyen sus almas con insultos. Cuando los hijos nos despiertan emociones intensas, solo hay dos caminos para tramitarlas: o te das cuenta –con tu nuevo cerebro– lo que estás sintiendo y te vas calmando al pensar que nada bueno aprenderá con la violencia –porque, más tarde, no sabrá dialogar ni respetar a nadie, será un prepotente, autoritario, dictador, etc.– o das rienda suelta a tu cerebro 'reptiliano' y pegas, insultas, lloras o gritas. Te obedecerá por miedo, pero odiando y padeciendo un dolor infinito al no sentirse querido. Creerá que nada vale y además, se sentirá culpable porque pasada la agresión, le dirás, quizás:"Eres todo para mí", "por mis hijos vivo", "te quiero mucho", o peor, "tú me haces que me ponga violento".
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